Paula Carvajal, Palinay*
Soy mujer originaria, diaguita de Guasco Alto. Nacida y criada en una pequeña localidad llamada San Félix en la comuna de Alto del Carmen del Valle del Guasco (Huasco) que es el vergel de Atacama.
Habitar este territorio ha sido, tanto un legado como una elección. Nuestro territorio es hermoso, un lugar un poco perdido en el tiempo donde parece que aún vivimos como hace un siglo atrás. Tenemos una importante herencia cultural y natural y nuestra forma de vida habla de un de un pueblo diaguita vivo, ya que ser diaguitas no solo se lleva en el apellido y en la sangre, sino en cada aspecto del vivir, como: lo que comemos, qué historias contamos, cómo nos medicinamos, en qué creemos, en qué trabajamos, cómo educamos, etcétera. Podríamos decir que nuestra esencia se expresa en la simpleza de co-existir con lo que nos rodea, tal como lo hicieron nuestros padres y los padres de ellos.
Esta simpleza del vivir y el hacer “con lo que hay”, me ha mostrado que la felicidad siempre camina a mi lado. No necesito nada para abrazarla, pues al vivir en la sencillez y con todo lo que la naturaleza brinda, no pedimos nada, ya lo tenemos todo. Así ha sido durante siglos. Pero de ello no me di cuenta hasta que salí del territorio para estudiar. En ese momento me di cuenta de que no comíamos lo mismo, que en su mayoría los alimentos se compraban y que casi nadie los producía, que la ropa y la apariencia era una necesidad por sobre otras, que la forma de hablar era motivo de burla, que la forma de relacionarse y entretenerse eran otras, en fin, que casi todo era distinto.
Muchos teníamos noción de que teníamos otra forma de vivir, que incluso a algunos coterráneos les avergonzaba (porque así nos lo hicieron sentir) pero no lográbamos percibir esas diferencias. Y estando en Santiago o en las ciudades, pude comprender por qué muchos y muchas asumieron nuestro origen como algo malo, y que lo mejor era emigrar o aspirar a otra vida “mejor”.
Como expongo, nuestra forma de vivir se ha conservado, pero esto ha sido en la intimidad de los hogares, casi invisible e imperceptible. Por esto creo que la academia nos declaró extintos. Sin embargo, aquí estamos, somos un pueblo vivo, resistente y resiliente. Luego del reconocimiento estatal hace catorce años, se despertó con mayor fuerza esta necesidad de poner en valor esta herencia cultural y nuestro patrimonio originario. A lo largo de los últimos años, el pueblo diaguita se ha ido auto reconociendo, los hijos e hijas, nietos y nietas, de los que emigraron a las salitreras, empresas mineras y otras actividades en la urbanidad, hoy reclaman sus raíces.
Muchos de ellos han estado investigando, queriendo aprender lo que sus padres olvidaron o desaprendieron y algunos en esa búsqueda, en su sed de conocimientos ancestrales, van recogiendo lengua, costumbres y tradiciones de otros pueblos originarios, en ocasiones llegando a construir ideas propias de “cómo son los diaguitas”, lo que ha traído cierta confusión e incluso distorsión. Uno de los hitos que nos une a nivel nacional es la defensa del sitio de El Olivar en La Serena, lugar sagrado muy importante, tanto para nosotros como pueblo como también para la academia, lo que vino a reafirmar la necesidad de revitalizar nuestra cultura para protegerla y abrazar la autodeterminación. Afortunadamente las aguas se han aquietado y clarificado para los que buscan reconstruir su identidad diaguita y esto ha sido posible gracias a que parte del pueblo diaguita, decide sacar la voz y hacerse más visible –luego de enfrentar los embates de la intervención extractivista– y decidimos defender nuestros territorios e identidad de las amenazas y daños de la megaminería e inmobiliarias principalmente. En esta etapa se suma la apertura que ha tenido la Academia en cuanto a investigaciones en torno al pueblo diaguita y que ha permitido posicionar su existencia como pueblo, antes casi invisible, pero más por la valoración y revalorización de las costumbres, prácticas y saberes de ese pueblo diaguita vivo que habitamos y ejercemos en el día a día, en los sectores más cordilleranos de los valles transversales de este territorio llamado Chile.
En amenaza y resistencia del Extractivismo
No obstante, lamentablemente este pueblo vivo y activo en la reconstrucción de su identidad, está amenazado y en resistencia por el extractivismo de la megaminería.
Esto viene a afectar y dañar nuestra cultura y territorio en todos los aspectos de la vida que conocemos, principalmente a los bancos perpetuos –los glaciares– que dan vida al valle de cordillera a mar, y que hacen posible que seamos el valle que frena el avance del desierto más árido del mundo. A su vez, eso permite una gran diversidad de frutos y productos de los cuales vive su gente; tenemos uno de los pocos lugares del mundo con tantos microclimas que hacen posible dicha biodiversidad, tenemos productos de alta calidad, patrimoniales y con denominación de origen, una muy buena calidad de vida al tener alimentos sanos y frescos. Otro impacto ha sido la contaminación de las aguas del río, que es el espíritu del valle y sin él no es posible la vida. Y contaminan socialmente, dividen comunidades y familias, y la llegada de foráneos y sus formas de vida quieren obligar a pensar en cambiar estilos de vida. Uno de los factores que dan mayor calidad de vida en la actualidad es la seguridad de las familias y bienes, lo que no es un motivo de preocupación para nosotros, pues aún no conocemos casa enrejadas ni preocupación por poner llave a todo. Nosotros vivimos con una sensación de tranquilidad siempre y sentimos que las diferencias sociales se acortan porque el status de vida es similar entre vecinos que viven mayoritariamente de la agricultura. Estas y otras tantas bondades hacen que amemos nuestro territorio y lo queramos proteger. Así, los impactos no afectan solo a lo que llaman el “medio ambiente”, la naturaleza, como si fuéramos ajenos a ella, sino también a nuestra cultura, cosmovisión y sobrevivencia. Para buena parte de quienes habitamos este valle tan generoso, es importante preservarlo para las generaciones venideras, pero no sólo por la preservación de nuestra cultura originaria, sino por sobrevivencia.
Lamentablemente, esta intervención de empresas extractivistas, ayudadas por los gobiernos de turno y leyes que fomentan el extractivismo, también ha dividido al pueblo diaguita y ha generado profundas heridas que han dificultado el diálogo y la posibilidad de reconstruir, mantener, rescatar y preservar lo nuestro. Introdujeron “asesores” u operadores, entes perjudiciales, que han negociado dignidad a nombre de todo el pueblo diaguita de este valle, desprestigiando a los que llevamos nuestro orgullo diaguita inmáculo y en resistencia, y que sabemos que la tierra y el agua no tienen precio. Han implantado la idea de entregar “ayudas sociales” y para acceder a las migajas y tratar de convencer a otros, han utilizado la excusa de que somos una población con bajos ingresos. De esta forma, asumen que tenemos mala calidad de vida, no entendiendo en absoluto que nuestra calidad de vida no se compra con dinero.
Pese a todo eso, nosotros, el pueblo diaguita Kakano seguimos en pie de lucha y resistencia para defender el territorio, ya no solo en Guasco Alto sino en todo el territorio que habitaron nuestros antepasados y que aún habitan sus descendientes –los diaguitas de hoy– desde el río Copiapó hasta el Mapocho, compartiendo el límite norte con el pueblo Colla y por el sur con el pueblo Mapuche.
Nosotros que caminamos en estas tierras desde hace 10 mil años, llevamos siglos dedicándonos a la agricultura, a la criancería trashumante, a la pirquinería, a las artes de la alfarería y el telar de palo plantao; manteniendo desde las ollas y fogones nuestro patrimonio alimentario y curandero, entre otras prácticas. Queremos defender el territorio y el acervo cultural de las amenazas y peligros que nos acechan.
La política indígena está al debe
Finalmente, al pensarnos como pueblo indígena vivo, es imposible abstenerse de hacer una mención a las políticas indígenas que, dicho sea de paso, mejor deberíamos llamar “discursos del Estado en materia indígena”, ya que finalmente, en eso se quedan.
Tras mi caminar, he podido concluir que están muy al debe, pues prácticamente nada se ha hecho. Si bien hay un reconocimiento estatal como pueblo vivo, la ley no solo nos rebaja a la calidad de etnia diaguita y no Pueblo 0riginario, sino también NO nos reconoce territorio y menos respeta la decisión vinculante que tenemos que tener para con las acciones u actividades que se propinen en nuestro territorio según el Convenio 169 de la OIT. Menos respeta la consulta indígena y/o la ocupa de manera tendenciosa. Así, mi pueblo es un claro ejemplo del discurso estatal, porque se ve en el papel una intención de reivindicar a los pueblos, pero no se refleja en acciones concretas. Ninguna opción hay en éstas, de que los pueblos originarios podamos definir nuestros pasos.
En consecuencia, sentimos que no se nos respeta ni mucho menos nos sentimos representados por las políticas estatales. Lo poco que existe está pensado en el pueblo mapuche, el pueblo con mayor número de chilenos reconocidos, mayoritariamente en el centro sur del país, quienes han mantenido de manera innegable su territorio y cultura de manera visible y viva. Luego le sigue el pueblo aimara que habitan el norte grande, nosotros como diaguitas ocupamos el tercer puesto según las estadísticas, pero esas son solo cifras frías que poco o nada le importan a la población local. Si el pueblo mapuche se siente al debe y tiene sentimientos muy parecidos a los nuestros, con mayor razón nos sentimos aún más invisibles para una ley sin reconocimiento de tierras, ni lengua diaguita.
En el mismo sentido, existen planes estatales de revitalización de Pueblos Originarios pero se hacen desde la mirada gubernamental. La educación no contempla el derecho de enseñar nuestra lengua, el Kakan, porque la Academia no la reconoce. En las escuelas se les enseña a los niños y niñas que nuestra cultura esté extinta y solo se releva la cerámica diaguita como muestra de que nuestra cultura existió, invisibilizando todo lo demás que es parte fundamental de nuestra cosmogonía. Somos sujeto de estudio a través de museos, y parte de la academia pone en duda nuestra existencia real.
Habla por sí solo que exista un certificado CONADI como único registro válido para acreditarse como tal ante el Estado, como si fuese éste el que viene a decir quién es indígena y quién no.
Para concluir, puedo decir que estamos muy lejos de un reconocimiento y respeto verdadero a los pueblos originarios que se vea reflejado en políticas públicas, y en esa espera; nuestros pueblos siguen siendo arrasados, borrando nuestras huellas originarias; queriendo transformar nuestra forma de vida, quitándonos el derecho a enseñar nuestra cultura y lengua en las escuelas desde nuestra visión, no reconociéndonos territorio, pese a estamos aquí desde antes que existiera este país; no respetando nuestros territorios y fomentando el extractivismo, haciendo leyes que lejos de protegernos, vulneran nuestros derechos, no ayudando en la conservación de nuestra herencia cultural y natural. El Estado de Chile está muy al debe con los pueblos originarios.
Sin embargo, hemos sobrevivido a este holocausto que ha durado mas de 5 siglos, seguiremos en resistencia y levantando la voz y la mirada.
*Cultora originaria diaguita. Guasco Alto, Atacama.
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