Por Paula Arrieta Gutiérrez. Equipo Rufián Revista.
Siempre cuento que la primera lesbiana que conocí fui yo misma. Aunque asomaba recién a la mayoría de edad, lo que me convertía oficialmente en una persona adulta, el descampado de no tener ningún tipo de referente era enorme. Es muy difícil construirse fuera de lo esperado, fuera de la norma, sin saber hacia dónde mirar. Para entonces, plenos dosmiles en Santiago, no era conveniente ni andar de la mano en la calle ni tener muestras de afecto en público; salir de clóset era una alternativa sólo en los ambientes más íntimos y cercanos que, por cierto, fueron increíblemente cálidos conmigo. Construir una burbuja segura e indestructible permitía respirar con libertad, enamorarse, cometer errores, en fin. Vivir con la ilusión de la normalidad.
Pero en eso perdimos la posibilidad de hacernos visibles. Para qué, si todavía teníamos que vivir nuestra vida y con eso teníamos suficiente.
Admiré profundamente la enorme cantidad de parejas de lesbianas que vi en la calle de la mano cuando volví a Chile luego de unos años viviendo en Argentina: muy jóvenes la mayoría, paseaban con orgullo su amor por el centro de la ciudad. No se trata solamente del “orgullo gay”. Esa manifestación pública del amor lésbico es mucho más que eso. Es la visibilización de un deseo en una estructura en la cual las mujeres no tienen permiso para desear. Y, además, es un deseo hacia otra mujer, lo que descentra totalmente las bases de una cultura que nos fija como un objeto sumiso, pasivo, reproductoras de una norma que nos esclaviza y oprime. Cada una de esas mujeres mostraba a la sociedad entera otra forma de construir las relaciones personales, al margen de lo aceptado, con toda la libertad de esa marginalidad.
En eso estaba Carolina Torres Urbina cuando fue atacada de la manera más horrible. Estaba viviendo su vida con intensidad a la vez que cambiaba el eje público de la heteronorma y el patriarcado, aquello que mi generación no se atrevió a hacer. Ahora sabemos: no eran miedos infundados, porque en cualquier momento te muelen a palos. En cualquier momento te matan. Pocos recuerdan que hace casi tres años Nicole Saavedra, de 23 años, fue secuestrada, torturada y asesinada. Por ser lesbiana, por ser camiona. ¿Y la justicia? Bien gracias, sin responsables todavía.
Ya no podemos mantenernos invisibles por miedo, porque nos están matando y tenemos que hacernos fuertes. Porque la burbuja de seguridad que construimos con las amigas más cercanas, nuestras familias, se rompe en cualquier momento. Porque a pesar que viví el descubrimiento de mi lesbianismo bastante blindada de la violencia del mundo, realmente odio no haber andado de la mano por la calle cuando tenía 20. Y odio no haberme perdido a los besos en una plaza como si el mundo no existiera. Odio haber mentido tantas veces, haberme escondido, haber mirado a los dos lados de la calle antes de abrazar a otra mujer.
Por eso, Carolina, tienes que resistir. Porque te necesitamos. Porque gracias a mujeres como tú quienes bordeamos los 40 hemos podido reconstruir nuestra historia. Porque ya no nos escondemos más, porque nos tienen que ver una y mil veces, por todos lados, en toda nuestras diferencias y complejidades. Porque en nuestro amor cabe el mundo entero. Tienes que resistir, Carolina, que tenemos tanto por hacer, hay tantas vidas todavía que deben ser vividas.
No somos más invisibles y empiezo por mí. Mi nombre es Paula Arrieta Gutiérrez, soy artista visual y académica de la Universidad de Chile. Soy lesbiana y feminista.
Comentarios
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Muy muy buena la nota