María Araneda*

La idea, la experiencia y la representación social familiar está en crisis, y a la vez pareciera estar más firme que nunca. No lo digo solo yo, diversos estudios indican que la concepción de lo que entendemos por familia y con ello de lo que son las familias en términos simbólicos ha variado y está en permanente mutación. No obstante, sus estructuras no ceden sosteniéndose sobre la idea de vínculos románticos y filiales que hace que las personas continúen por referirse a su núcleo familiar cuando hacen alusión a quiénes componen su familia. La familia es ese núcleo y mandato, tanto para su experiencia personal como cuando se les pide indicar quiénes componen una familia en general (Rigotti, 2014).

Por ello, quise hacer un pequeño ejercicio en donde le pregunté a distintas personas (40) conocidas y desconocidas, en espacios de confianza y en la calle -sí, en la calle- esperando que termine la luz roja y en la fila para entrar al supermercado, ¿qué es para ti (usted) la familia? y ¿qué atributos le da? Solo registré sus respuestas sin preguntar nada sobre su identidad ni características personales. No tengo pretensiones científicas, pero sí muy políticas.  

Qué es una familia y quiénes la componen es un conocimiento que se traduce en prácticas enseñadas o más bien impuestas desde temprano en nuestras vidas por parte de quienes nos rodean en los círculos más íntimos, los espacios educativos y también desde el Estado (para qué decir la iglesia).  En esa socialización primaria, se nos enseña cual es la estructura familiar “normal” y deseable, así como las alternativas que salen de la norma, que escapan de ella o que no logran el éxito de constituir el mandato familiar heterosexual hegemónico.  Es decir, no configurarse de forma tradicional se vincula al fracaso, lo que para una gran mayoría de la población de niñas, niñes y niños la propia experiencia familiar está fuera de la norma, es inadecuado o por lo bajo poco ideal.

Si bien, una parte de las personas que consulté aludieron a la estructura de las familias, con énfasis en la estructura hegemónica en donde incluso en 3 casos mencionaron también una mascota, la mayor parte de las personas respondieron en función del sentido que le dan a este vínculo. El centro entonces no era ya la familia como entelequia, sino lo familiar como relación. Más allá del adoctrinamiento sobre la familia y el sentido exitista en la construcción de vínculos, la principal respuesta que recibí fue (expresado de diversos modos) “la familia es gente que una/o quiere”.  Cabe señalar que 23 de las personas antes de responder me dijeron que nunca se lo habían preguntado y todas mostraron una cara de extrañeza que me imagino tiene la mezcla de por qué alguien en contexto de pandemia me está hablando y por qué alguien en cualquier contexto me habla en la fila o en el semáforo.

El doble escenario en el que se encuentra la conceptualización de familia que plantean Rigotti et al, permite que leamos la respuesta gente que una/o quiere de dos maneras.  Por una parte, la expresión alude a la idea de personas que se escogen, de una cierta libertad de elegir quiénes conforman la familia siendo la característica de la relación el amor y no algo fijo como la vinculación sanguínea. Por el contrario, la misma respuesta puede referir a un mandato: “a la familia se le quiere” y por tanto es también gente a la que una quiere. Mandato sobre una familia en particular, a esa en la que se cada persona se crió, esa que, como comentan las autoras, ha permanecido intacta a pesar de los cambios en su representación. Este mandato es en parte reflejo de un potenciamiento entre el modelo capitalista y la tradición cristiana, al por una parte sostener vínculos posesivos identificables incluso en la forma de expresión de dicho vínculo donde una es algo de la otra persona y por otra parte, toda vez que una persona busca quebrar dichos vínculos o abordarlos y llevarlos de formas diferentes a las exigidas socialmente, se le arrojan y cobran sentimientos en forma de culpa que obligan a las personas a sostener relaciones incluso cuando estas no son deseadas ni favorecedoras para su bienestar.

Entonces, ¿cómo avanzamos en traducir a la experiencia práctica las transformaciones de la estructura familiar que ya se sostienen a nivel discursivo?

No es algo sencillo. Acabar con una institución, como es la familia, es un proceso colectivo, que requiere también de giros individuales, mediante los cuales empujemos cambios en la rigidez de la estructura y concepción de familia en las prácticas cotidianas, así como en paralelo promovemos la eliminación de la familia como un espacio de control social y atadura del potencial individual. Esto no significa romper con los vínculos de amor que hoy sostenemos, en la medida que ese amor y ese vínculo no son una obligación, en la medida que ese amor es genuino y no una respuesta culposa.  Por el contrario, significa comprender que el amor y la construcción de lazos íntimos no requieren de una estructura que los ate y sostenga.

Es necesario entonces acabar con el mandato de lealtad a la familia, a ella en tanto estructura, como a quienes la componen.  Pues todo aquello que el estado y otras instituciones de control social le han asignado como función requiere ser repensado y redistribuido. Redistribuido porque no puede continuar siendo una responsabilidad privada generar todas las instancias de estimulación y cuidado que una persona requiere, independientemente de su edad. No podemos continuar exigiéndonos saber hacer todo, responder a todo.  Por el contrario, al eliminar la familia como unidad social volvemos nuestros procesos de socialización hacia afuera desde el inicio de nuestras vidas, ampliamos las posibilidades del conjunto de la población y aumentamos las potenciales figuras de apego de niñes y adultes.

La lealtad hacia la familia puede con facilidad convertirse en una relación tóxica, en la cual las personas se mantienen pues es la realidad conocida, pues es lo que siempre se nos inculcó. Pero ni la familia ni ninguna otra relación puede sanamente desarrollarse con dicho mandato pues vicia desde el inicio las posibilidades de las personas en la relación. Obliga a tener que ceder y ser de determinada forma que permita sostener y mantener la estructura, imponiéndose ésta por sobre las personas que la componen. Obliga a quedarse a pesar de: a pesar de la violencia, a pesar de que no puedo ser quien soy, a pesar de que no me siento querido/a.

La urgencia de acabar con la familia no dice solamente relación con la posibilidad de configurar experiencias sociales y emocionales basadas en el amor e interés genuinos, sino también con cambiar la forma de organización y distribución de recursos. Hoy una parte importante de la población ni siquiera tiene la posibilidad de optar por no conformar alguna forma de familia pues el Estado al amarrarla como la forma social más básica le atribuye un rol de estructura económica mínima en función de la cual las personas deben organizar la producción y reproducción de la vida. Incluso, no son pocas las ocasiones en que el acceso a servicios y beneficios sociales dependen de formar parte de una familia, o al menos a un hogar.  Es decir, se comunica a las personas que en la medida que no forman parte de un grupo social tradicional arraigado a las doctrinas conservadoras y esclavista no son sujetos de derecho y se les posiciona una vez más como personas -pues no ciudadanos- de segunda categoría.

Hacer este cambio, comprender nuestras unidades sociales mínimas como estructuras móviles y flexibles de las que no depende la posibilidad de ejercer nuestros derechos, y de las cuales una puede sumarse y restarse en diferentes momentos, así como pertenecer a más de una -en tanto es solo un espacio desde el cual referenciar nuestras experiencias y prácticas cotidianas-, es justamente aludir a la idea de gente que una/o quiere de forma clara, sin presiones, sin culpas sin deber ser. Así, además, tenemos la claridad que la gente que una/o quiere a lo largo de la vida cambia y también cambian nuestras formas y contenidos asociados al querer.

Referencias:

Rigotti, M.,Menezes, J., Liston, N., Dupas, G. (2014) El texto en su contexto: ¿Qué es la familia para usted?. Journal or research fundamental care online 6(1):293-304


*Psicóloga especializada en derechos humanos de la niñez y juventudes, activista feminista en la Coordinadora 8M y militante de Solidaridad.

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