Por Millaray Painemal Morales y Isabel Cañet Caniulen
“La palabra feminismo me violenta, prefiero hablar más de equilibrio entre hombres y mujeres, con la comunidad, con la naturaleza, eso no lo entienden las mujeres winkas y quieren venir a salvarnos con sus ideas feministas, yo les digo por qué no se salvan ellas mejor.” (Mujer Mapuche, 2013)
Para la mayoría de las mujeres mapuche que hemos nacido, vivido y transitamos entre nuestras comunidades rurales, el concepto de feminismo que se escucha en el último tiempo nos parece ajeno y aun no logra encajar con nuestra realidad.
En la actualidad, como mujeres mapuche y parte de un pueblo vivimos en un contexto marcado y atravesado por el racismo que forma parte de un entramado de violencias, siendo una de estas la violencia estatal que impide tener una vida en equilibrio y armonía con nuestra madre tierra, esta última amenazada constantemente por el gran capital.
Advertimos que con estas reflexiones no queremos idealizar en ningún caso la sociedad mapuche, ya que estamos claras que, tanto al interior de nuestras comunidades como en el medio urbano, están ocurriendo diversas situaciones de violencias, problemáticas de las que debemos hacernos cargo como pueblo, enfrentar de manera colectiva y en este proceso las organizaciones de mujeres mapuche tenemos mucho que decir y aportar.
La violencia intrafamiliar, la salud sexual y reproductiva, entre otras temáticas, motivaron el surgimiento de organizaciones de mujeres mapuche durante la década de los años noventa en Chile. Muchas de estas organizaciones, recibieron apoyo del estado a través de proyectos económicos que ayudaron en alguna medida a mejorar sus condiciones de vida; en otros, provocó la desarticulación de la organización. Hoy en día, las mujeres jóvenes se están organizando en colectivos y redes para visibilizar diversas situaciones como la violencia estatal y la de género.
La lucha ha sido constante y un largo caminar para mantener viva la cultura y tradiciones, negándonos a desaparecer; para esto hemos sido las promotoras históricas en transmitir la lengua a los niños y niñas con el objetivo de preservar nuestras propias formas o el küme mogen. Aunque hoy nuestro Mapuzugun merece el esfuerzo de todos y todas, ya que su situación es crítica y necesita de acciones urgentes para seguir existiendo, ya no es un rol específico de las mujeres.
En el actual contexto de neoliberalismo el establecimiento de alianzas es fundamental, esto fue lo que motivó a lideresas mapuche el año 1998 a ser parte y conformar la primera Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas, ANAMURI, espacio en el que confluyen mujeres campesinas y mujeres indígenas de todo el país y que forma parte -a su vez- de la Coordinadora Latinoamericana de organizaciones del campo CLOC y de Vía Campesina a nivel mundial
Al interior de estas instancias internacionales, se encuentra en proceso de construcción la propuesta de “Feminismo Campesino y Popular” que se inicia en el V Congreso de la CLOC realizado en Ecuador. Las mujeres indígenas han manifestado no sentirse representadas, explicitando desacuerdos que no han sido bien recibidos y ha generado ciertas tensiones. Las mujeres apelan a que se reconozca su propia forma de pensar y a restablecer elementos como el equilibro y la complementariedad, que se encuentra presente en la cosmovisión.
Existen puntos en común con las mujeres campesinas como es la lucha contra el capitalismo y en torno a temáticas específicas como la salud sexual y reproductiva, la educación y los derechos laborales de las mujeres, entre otros.
No obstante, estas alianzas deben respetar las particularidades de mujeres que son parte de un pueblo y desde aquí construir y establecer diálogos horizontales, de respeto a sus voces y miradas y ayudar a construir nuevos mundos.
El caso de ANAMURI no es aislado, debido a que en las redes de mujeres en Chile existe una idealización de la lucha de las mujeres indígenas y un interés constante por influir con la ideología feminista, en la mayoría de los casos, desconociendo aspectos propios de nuestro pueblo, como nuestra historia, situación actual, diversidad interna y nuestras demandas sociales y políticas. Es desde ahí, donde nos ha surgido un cuestionamiento compartido a quienes escribimos esta reflexión: ¿cuánto aporta abrazar un feminismo “a la chilena” u occidental a nuestra lucha de pueblo?
Como parte de la diversidad interna, han surgido en el último tiempo grupos y colectivos de mujeres mapuche que se declaran abiertamente feministas, preferentemente en zonas urbanas, y una de sus luchas se orienta contra un patriarcado de muchas caras que se manifiesta tanto en la sociedad chilena como en la mapuche.
En tanto, para algunas mujeres con fuerte arraigo en nuestras propias comunidades y que estamos transitando constantemente entre estos dos mundos mapuche, urbano y rural, el concepto de feminismo no ha sido uno con el que nos podamos identificar plenamente, aunque lo hemos estudiado y analizado. Más bien lo hemos incorporado como herramienta, una especie de prisma con el que podemos analizar nuestras propias realidades. Reconocemos sus aportes a la emancipación de las mujeres a nivel mundial, pero a nivel “nacional”, local, nos sigue generando ruidos.
Es necesario decir que nuestra experiencia con mujeres feministas chilenas no ha sido de las mejores. Desde sus miradas nos ven como “pobrecitas indígenas” a las que hay que salvar de sus patriarcados indígenas. En otros casos, engrosamos sus organizaciones como componente folclórico, siempre dentro de una relación jerárquica, que no deja de ser colonial. Hemos vivenciado, en carne propia racismo y discriminación de parte de mujeres feministas que sostienen un buen discurso, liberador, pero lleno de contradicciones en relación con nosotras, las mujeres indígenas, en particular las Mapuche. A la triple discriminación entonces, por ser Mapuche, por ser mujeres, por ser de origen humilde, podríamos evidenciar esta cuarta: la discriminación en el propio movimiento de mujeres.
Es por eso que debemos mirarnos entre nosotras y cuestionar nuestra propia realidad. Estamos conscientes de la situación de violencia interna que sufre nuestro pueblo, la que se manifiesta en diversos espacios y de diferentes maneras, por lo que es urgente trabajar para cambiar esta realidad, pero estos cambios deben ser realizados por nosotras mismas, a través de una agenda propia (no prioridades impuestas), donde no podemos obviar nuestra identidad, nuestra lengua, el territorio y las demandas de autonomía y autodeterminación, es decir, la reconstrucción de nuestro pueblo Nación, pues es precisamente esto lo que nos hace distintas a las mujeres occidentales. Es ese arraigo identitario y nuestra responsabilidad política de contribuir a avanzar en esa lucha colectiva, como mujeres que constituyen parte de un pueblo, los motivos por los que no podemos renunciar a luchar por demandas colectivas o nacionales del pueblo mapuche, en pro de demandas individuales o sectoriales como género. Lo que debemos hacer, es más bien complementarlas, ninguna en desmedro de otra, lo que sin lugar a dudas lo hace más complejo aún, pero que constituye parte fundamental del proceso de descolonización.
El feminismo occidental sigue una agenda global y será útil siempre y cuando lo adaptemos a nuestra lucha política propia, en tanto mujeres mapuche en busca de la autonomía política-territorial y colectiva como pueblo. No podemos abrazarlo sin cuestionar su base ideológica y su agenda, que nos imponen prioridades constantemente.
Abrazar este feminismo sin cuestionarlo, nos parece peligroso; la colonialidad y el patriarcado no desaparecen por trabajar “entre mujeres” y es responsabilidad nuestra cuestionar y buscar aportes que contribuyan a conformar una sociedad mapuche respetuosa internamente. La autonomía mapuche no se puede concebir sin el bienestar de las mujeres que componemos este pueblo, van de la mano, ya no dejaremos que sea de otra manera.
Por lo tanto, es necesario que los movimientos feministas, den un paso mayor donde primero hablen y se hagan cargo de sus privilegios (en muchos casos participan de un movimiento emancipador, pero en sus casas las que siguen limpiando son mujeres indígenas) y aborden el racismo que se encuentra presente en sus acciones cotidianas y, por sobre todo, que dejen de imponer su agenda política e ideológica en nuestro territorio, Wallmapu.
Sobre las autoras
Millaray Painemal Morales, activista mapuche. Socia fundadora de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas, ANAMURI. Hoy coordina la Red de Mujeres Mapuche Trawun pu Zomo de Cholchol, Novena Región. Historiadora, Master en Género y Desarrollo
Isabel Cañet Caniulen, mujer mapuche, activista. Oriunda de la comunidad Ramón Tromilen de Ineicue, Lof Mapu Huilio, Freire. De profesión Contadora Auditora, diplomada en Derechos de pueblos indígenas (Universidad Bolivariana) y Magister en Sistemas de Gestión de la Calidad (Ufro).
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