Cynthia Shuffer*

El general arde, 
arde como signo inequívoco de que tenemos deudas pendientes con nuestro pasado y nuestra memoria
y con la construcción de esa historia nacional escrita con sangre.

El general arde
porque ese fuego implica el derrumbe de los monumentos esclavistas, militares, genocidas, patriarcales,
pedazos de roca y metal que enaltecen la explotación y coerción de los pueblos basadas en supuestas superioridades. 

El general arde
porque hoy sabemos que nunca existió promesa alguna de un bienestar común, de una vida digna y libre de violencia.
Una vida que merezca ser vivida.

El general arde
porque ya no toleramos más sus formas de monumentalizar la explotación de los territorios y sus comunidades,
funcional a los intereses de quienes gobiernan.

El general arde, 
arde porque no permitiremos nunca más violencia político sexual en contra nuestros cuerpos y biografías, 
esa fuerza disciplinante y sistemática que busca vulnerarnos e intimidarnos.

Y por último, el general arde
porque jamás seremos parte de ese relato heroico y criminal
y porque nuestros símbolos los construimos con gestos de solidaridad y dignidad, en las calles, sin necesidad de grandes plintos ni guardianes.

Los que cristalizaron la impunidad con su cobardía 
y que hoy siguen ostentando poder gracias al desprecio de las clases políticas por su pueblo, 
una vez más salen a defender a victoriosos asesinos y violadores,
con homenajes y flores,
y a rescatarlos de ese lugar que ya no les pertenece. 

Gabriela dijo, no creemos en la mano militar para cosa alguna, y hoy perdieron, perdieron no solo la plaza sino también la historia.

*Investigadora, docente y fotógrafa. Integrante del colectivo Rufián Revista.

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