¿Cuánto aguanta un niño?: La violencia policial cometida durante el Estado de Emergencia retratada por niños y niñas de un colegio de la periferia de Santiago de Chile

Constanza Tizzoni.
Licenciada en Antropología Social de la Universidad de Chile.


¿Cuánto aguanta un niño?
¡dime cuánto!
¿cuánto aguanta un niño?
a la fuerza
¿cuánto insulto?
¿cuánto peso?
¿a cuánto pone el hombro?
con sonrisa
mientras parten en 2 su única vida
su receptividad
mientras se cortan en 4, en 8, en 16, en 32
y lo unen mal
las piezas ya no coinciden
no pegan
algunas se quedaron en la cocina
bajo la cama
bajo la mesa
en el patio
en la calle
en la sala
en la oficina
en la fábrica para siempre
¿a quién le importa?
(Fragmento de “¿Cuánto aguanta un niño?”, Jorge González)

Las siguientes imágenes corresponden a dibujos realizados por niños y niñas que cursan pre – kínder en un colegio de la periferia de Santiago de Chile. Luego de una semana de que fuese declarado el Estado de Emergencia el 18 de octubre en distintas regiones del país, miles de estudiantes a lo largo de Chile tuvieron que enfilarse de regreso a clases, obligados por la normalidad que las autoridades querían forzar a punta de metralletas. Son curiosos los nombres que el propio fascismo ocupa para designarse a sí mismo: oasis, normalidad, pacificación, democracia.

La profe que me mostró estas fotos es una mujer a quien  yo admiro muchísimo. Por más que trabaje en este establecimiento que pertenece a uno de los grupos económicos más importantes del país (y por “importantes” me refiero a ladrones) a ella no le pasan gato por liebre: apoya las manifestaciones no solo porque su familia ha pertenecido a la clase trabajadora durante generaciones y porque ella misma es la primera  en estudiar en la universidad, lo que llenó de orgullo a su mamita, sino que también porque en este mismo establecimiento a la que la obligaron a volver, pese a que las mismas apoderadas le pedían que se quedara en su casa porque querían cuidarla de los horrores que se estaban cometiendo en la población, se enfrenta cotidianamente a historias de violencia mucho antes del estallido: los narcos que hacen día la noche, los pacos que no hacen nada, las balas locas que casi rozan las cabezas de los niños y niñas mientras duermen y que ruega volver a ver al día siguiente, temprano por la mañana. A veces está chata y no quiere más o quiere dedicarse a otra cosa, a veces se siente peleando sola, y me da rabia porque es buena y estoy segura de que les hace bien a los chiquillos y chiquillas tenerla de profe, me da rabia que sea el mismo neoliberalismo el que se encargue de patear en el suelo su vocación, así como la de tantos cabros y cabras que ingresaron a la universidad a estudiar educación con la promesa de enhebrar la caída de los molinos de viento.

Después de conversar con los niños y niñas sobre los días que habían pasado, de abrazarlos y contenerlos en una de las más trágicas vuelta a clases que habían vivido, les pidió que trataran de expresar, a través de dibujos con témpera en hojas de papel de oficio, respuestas a la siguiente pregunta: “¿Cómo te imaginas Chile?”. Las imágenes corresponden a tres dibujos de muchos en los que el naranjo, el negro y el verde paco cumplían roles protagónicos. En estos tres dibujos vemos a bestias enormes vestidas de verde que ocupan la totalidad del espacio, bestias tristes con rictus de amargura y cejas gruesas que expresan enfado, efectos secundarios, claro está, del exceso de metholatum. En uno de estos dibujos hay una madre siendo apuntada con una pistola y hasta el mismo sol está asombrado de lo que su propia luz permite vislumbrar: son las mismas bestias de las que la luna en uno de sus cruces, ya  había advertido. 

Esta profe me cuenta que, ante la pregunta de “¿Cómo te imaginas Chile?”, uno de los autores de estos dibujos respondió a viva voz ante toda la clase: “sin pacos ni milicos en las calles”. Y es porque estas bestias de verde que retratan sus estudiantes corresponden a Carabineros de Chile. Los mismos que prometen, en una canción de cuna macabra: “Duerme tranquila niña inocente, sin preocuparte del bandolero, que por tu sueño dulce y sonriente, vela tu amante Carabinero”, aquellos que se vanaglorian de ser “del débil, el protector”. 

La ironía entrañada en esta última frase se encuentra enquistada como un balín de goma en el cuerpo doloroso del pueblo chileno. 

La ironía se hace presente en cada ojo mutilado, en cada célula de epidermis quemada por el efecto del gas pimienta o las bombas lacrimógenas, en cada abuso sexual, en cada tortura, en cada uno de nuestros muertos. ¿Cómo vamos a tener  cara para pedirle a nuestros niños y niñas que encarnen a las bestias de verde en el teatro horroroso de cada 27 de abril? ¿A qué los arriesgamos con este gesto?

Los empresarios y políticos de nuestro país no sienten asco de soltarle la correa a las bestias de verde que los resguardan y permiten que la primera infancia de Chile se esconda debajo de su cama sintiendo miedo, mientras ellos arrojan a niños y niñas a la mesa como fichas de una partida de póker que se juega entre cuatro paredes, o en la cocina de Zaldívar, y apuestan a una pregunta que en el año ’94 Jorge González nos gritaba, desgarrado, desde esa obra maestra llamada “El futuro se fue”: ¿Cuánto aguanta un niño?

He salido a las calles de Santiago durante estos días, leí que la mitad de los menores detenidos en Valparaíso pertenecían a centros del SENAME, he conversado con mis vecinos y vecinas cada sábado sobre el país en el que queremos vivir, he visto los videos de manifestaciones que se multiplican en cada rincón de Chile y lloro de alegría al poder responderle a Jorge González luego de 25 años de silencio. La respuesta es que ya no aguantamos más. 


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