Danae Borax Muñoz*
Resulta emocionante la invitación a escribir sobre las reflexiones de compañeras, en torno a un año que marcó de muchas formas el desarrollo del último tiempo del movimiento feminista en Chile. Y no lo es solo por la importancia que tienen cada uno de los momentos en que nos reconocimos en calles y asambleas durante el año 2018, sino que lo es también por ser un año que marcó de forma definitiva y radical mi experiencia política: nunca he aprendido más y me he visto enfrentada a más grandes desafíos que desde ese año a la fecha. Así, comienzo un intento de articular algunas ideas sobre el número 28 de Rufián Revista, publicado el año 2018, expresando en primer lugar que lo que sigue es un recuento de reflexiones y proyecciones que vienen directamente de los procesos de los que he podido ser parte y testigo, es decir, directamente de mis experiencias.
El mensaje editorial, titulado “La ola y el fuego”, establece claramente que lo que se busca a través de las páginas no es dar lugar a balances acabados sobre algo que se encuentra en movimiento vivo y plena explosión, sino más bien otorgar un espacio de divagaciones individuales y colectivas que acercan a quien lea, a configurar un puzzle de diversas preocupaciones, enfoques y aproximaciones a aquello que se estaba gestando como un nuevo impulso del movimiento feminista.
Me parece que en esto se encuentra contenida una idea fundamental: la idea de que lo que se estaba -y está- gestando y desarrollando es una nueva explosión, y no una aparición repentina. El movimiento feminista lleva consigo en cada una de sus acciones la memoria feminista de todas las luchas que se han librado alguna vez. Sabemos que la organización y movilización de mujeres y disidencias no solo tiene una historia propia que data desde hace siglos, sino que nunca desaparece para aparecer nuevamente; se mueve en explosiones de masividad y sentido y momentos de reflexión y lucha cotidiana, para volver siempre con más fuerza y energía. Por ejemplo, las tomas feministas del año 2018, como un ejercicio radical de tomar el espacio público desde una lucha que tiene como protagonistas a mujeres y disidencias, tienen múltiples antecedentes con los que reconstruir un mapa, un mapa de articulación y movimiento que nos lleva a una nueva explosión.
El ejercicio de mantener viva la memoria feminista es, como plantea Pamela Caruncho Franco en su artículo “El feminismo es político, de ello no cabe duda”, el de traer continuamente al presente las luchas de nuestras compañeras y compañeres en el pasado, para ser capaces de proyectar el movimiento sin empezar de cero una y otra vez, permitiéndonos de esta forma alcanzar nuevos horizontes. Es una memoria que, en definitiva, trayendo a colación el pasado, tiene mucho de futuro, y resulta imprescindible para pensar nuestro presente.
Los feminismos, en este desarrollo histórico, han enfatizado una y otra vez la necesidad de quitar los velos de una sociedad capitalista y patriarcal para llamar las cosas por su nombre: de crimen pasional a femicidio, de amor y cuidado a trabajo no pagado. Nos juntamos para hacer de lo privado un problema público y político, para hacer visible lo que aparece como invisible por ser sistemáticamente invisibilizado, para poner las vidas de mujeres, niñas y disidencias al centro de la política como un problema fundamental.
Decimos que nuestras vidas son un problema político fundamental pues así lo ha determinado un capitalismo patriarcal que no entrega certeza alguna de que podamos continuar nuestras vidas sin que alguien nos la arrebate; a la vez que nos asegura que, mientras estemos con vida, sufriremos el peso de la precarización sobre nuestras espaldas, cargaremos con los efectos que las crisis provoquen en nuestros territorios y comunidades, sostendremos la vida sin mediar reconocimiento alguno.
Las movilizaciones que anunciaron una nueva ola del movimiento feminista a nivel internacional tuvieron como motor la denuncia de las violencias patriarcales que año a año nos matan, nos violan y nos maltratan. Con esos gritos de denuncia, hemos hecho cada vez más evidente que esa violencia, la más cruda, la que actúa sobre nuestros cuerpos y vidas, es la punta del iceberg de toda una normalidad que se construye sobre esas violencias, a la vez que las reproduce. En “Estado actual de la educación sexual para mujeres”, Loreto Mendeville Farías deja perfectamente claro que, a través de cada imagen, de cada enseñanza y cada símbolo, esta normalidad busca reafirmar el lugar que tiene preparado para nosotras y nosotres: el de objeto o invisibilidad. Asimismo, Javiera Manzi en “Quemar la caza. Hacia un incendio feminista” evoca a partir de una experiencia propia, situaciones de acoso que muchas y muches hemos vivido habitando el espacio público, para reflexionar una cuestión que es a mi parecer fundamental: en este capitalismo patriarcal nuestros cuerpos, así como la naturaleza y nuestras vidas, son objetos de consumo, y nunca sujetos con autonomía y decisión. Siendo este el estado actual de las cosas, me parece que nadie podría argumentar seriamente, que la rebeldía explosiva con que hemos estallado internacionalmente, no se veía venir.
A la normalidad no vamos a volver, precisamente porque la normalidad fue siempre el problema. Hace tan solo unos días, Iván Roca, concejal de la Unión Democrática Independiente, defendió a su hijo -quien violó a una niña de doce años- argumentando en medios que las madres y padres de las mujeres menores de edad deberían controlarlas y encerrarlas para evitar que “sostengan relaciones” con hombres adultos. Este hecho, horriblemente decidor del panorama en que nuestras vidas se desarrollan, me recordó a la experiencia que relata Marie Bardet cuando expresa en “Notas a contrapelo: agosto, julio, junio 2018” que, durante la discusión legislativa del proyecto de aborto legal en Argentina, el senador Urtubey planteó que no todas las violaciones eran violentas. Mientras esa sea la normalidad vigente, pueden contar con nuestra rebeldía.
Pese a la normalidad impuesta que a veces se torna insoportable, desde los feminismos vamos tejiendo redes y trazando caminos desde abajo, extendiendo nuestra acción en cada espacio que habitamos, y es de esa forma que -aunque ese 9 de agosto de 2018 el proyecto construido y defendido por las compañeras argentinas como resultado de años y años de organización, fue rechazado en el senado- comenzamos este 2021 con la enorme alegría de saber que al fin el aborto como derecho es ley al otro lado de la cordillera. Lo dijimos entonces: el hecho de que las estructuras anquilosadas del poder institucional rechazaran lo que se venía forjando en las calles argentinas, fue solo un intento desesperado por parte de aquellos dinosaurios de ganar tiempo, pero los dinosaurios también van a desaparecer, y lo que se gana en la calle y en la cotidianidad no puede desarmarse con ninguna declaración superficial.
Experiencias como la de las compañeras argentinas en su incansable lucha por la ley de aborto nos confirman que los feminismos estamos corriendo los cercos de lo posible en todo el mundo, haciendo de nuestros deseos de transformación una realidad cada vez más palpable. Es complejo proyectar el futuro en un contexto como el de hoy, que habría sido inimaginable para cualquiera hace dos años : en Chile, hemos sido protagonistas de la Huelga General Feminista que levantamos con ímpetu cada 8 de marzo desde el 2019 y de una revuelta popular que estalló el 18 de octubre del mismo año; estamos atravesando una pandemia que ha desencadenado un caos mundial y que ha puesto de relieve la crisis de los cuidados que ya veníamos señalando y, al mismo tiempo, nos enfrentamos al primer proceso constituyente paritario del mundo, el que supone múltiples desafíos. Sin embargo, tenemos una certeza, y es que el movimiento feminista continúa corriendo esos límites que parecían inamovibles, articulando luchas a nivel internacional para afirmarnos como potencia radicalmente transformadora.
El desarrollo de esa potencia transformadora desde los feminismos es lo que se encuentra hoy en disputa abierta. La construcción de redes cada vez más fuertes y extensas ha permitido ir conformando un movimiento transfronterizo capaz de posicionar orientaciones a nivel internacional, en todas partes y al mismo tiempo, pese a las diferencias que nos atraviesan. En él nos encontramos mujeres y disidencias con historias y experiencias tan diversas como nosotras mismas, lo que amplía nuestra capacidad de percepción, análisis y acción, posibilitando nuestro despliegue simultáneo desde múltiples focos de lucha y resistencia.
El movimiento feminista está lejos de ser una sola cosa. La diversidad de experiencias se condice con la diversidad de voces y feminismos que convivimos en aquello que denominamos como movimiento feminista. En esa diversidad vamos aprendiendo a observarnos y reconocernos mutuamente, no sin dificultades, pues nos presenta a cada paso diferencias que parecieran a veces irreconciliables, y nudos que no sabemos cómo desenredar. Avanzamos con los nudos y tensiones sobre la espalda, y lejos de resolverse, éstos se multiplican y se hacen más presentes a medida que los desafíos que enfrentamos crecen.
Me atrevo a decir que es nuestra diversidad también en esta dimensión más compleja una de las mayores fortalezas del movimiento que estamos construyendo, pues nos ha obligado a desprendernos de la necesidad de homogeneizar si es que lo que queremos es mantenernos unidas y unides. Así, para accionar juntas y juntes, los feminismos hemos buscado avanzar en el sentido de comprender nuestras diferencias y respetar nuestras autonomías, y seguimos ideando formas de lograrlo. El camino que año a año recorremos desde el Encuentro Plurinacional de Las y Les que Luchan hacia la Huelga General Feminista es expresivo de esa búsqueda y también de esa dificultad. Poner los disensos sobre la mesa y procesarlos de una manera que nos permita luchar en conjunto sin invisibilizar nuestras particularidades es, a mi parecer, una de las tareas más complejas y a la vez más necesarias en la actualidad.
Al plantear que considero estos nudos y tensiones una fortaleza, lo que intento decir es que nos otorgan un contrapeso, nos obligan a reflexionar cada paso con todos los elementos sobre la mesa y nos impiden la ceguera de buscar imponer una sola posición. En esa diversidad nos construimos y con las diferencias y contradicciones que cruzan el movimiento, reconocemos en los momentos de encuentro un ejercicio fundamental para nutrir nuestras perspectivas y continuar luchando y proyectando horizontes colectivos de transformación.
- Militante feminista y estudiante de derecho en la Universidad de Chile. Fue vocera de la movilización feminista de su universidad el año 2018. Actualmente participa de la Coordinadora Feminista 8M.
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