Breve manual para hombres preocupados

Camila Bralić Muñoz
Integrante del equipo editorial de Rufián Revista

Imagen: Unidas lucharán por sus derechos . Disponible en Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-75631.html . Accedido en 23/9/2018.


En medio del bullente alzamiento de voces femeninas, se escuchan, sin embargo, voces más graves, testosterónicas, que se preguntan, confundidas, ante tanta exigencia que viene a cambiar los códigos aprendidos por generaciones. ¿Qué se puede hacer y qué queda prohibido? ¿Qué actitudes son apropiadas? ¡¿Acaso ya no se puede decir nada?!

Comprendemos que son dudas –llamémoslas– pertinentes. No está fácil distinguir donde hasta hace tan poco no había distinciones. Se trata de hombres preocupados, que por una u otra razón no quieren desteñir y quieren apoyar al movimiento feminista, pero no saben cómo.

Para ellos, ofrecemos este breve manual, en formato recortable, para que pueda plastificarlo y llevarlo en su billetera o bolsillo, y consultarlo en el lugar que sea al momento de la duda. Solo siga estas simples reglas, en el orden en que aparecen, y podrá estar seguro de no causar disgusto entre sus pares feministas.

Número Uno: Réstese

Tenemos claro que está que hierve de opiniones sobre lo que las mujeres dicen y hacen. Después de todo, el aborto, por ejemplo, es un tema que nos toca a todos. Si no, imagínese nada más que su madre lo hubiera abortado. En algunas de estas opiniones, incluso, es probable que usted tenga razón. Es una cosa de estadísticas. Pero por una vez, lo invitamos a hacer un ejercicio que las mujeres han tenido que aprender desde su más tierna infancia: Réstese. Cállese. No vaya a la marcha. No comente el post. Guarde silencio. Guárdese su opinión. Respire profundo y no diga nada. A veces, menos es más. Puede ser difícil, pero le prometemos que si practica logrará el dominio absoluto de una habilidad que parece casi mágica: podrá incluso hacerse invisible.

Número Dos: Réstese

En serio. La regla número uno es importante y el presente manual le será completamente inútil si no la sigue al pie de la letra. Si no le han preguntado directamente, no diga nada. No queremos saber qué opina sobre nuestros derechos, ni sobre el modo en que estamos exigiéndolos, ni sobre nuestros cuerpos, ni sobre nuestras vidas… en verdad, en este momento, no nos interesa lo que tiene que decir. El movimiento feminista se trata de las opiniones, los derechos, los cuerpos y los deseos de las mujeres, y estamos haciendo grandes esfuerzos por hacer oír esas opiniones. Aunque usted tenga la mejor de las intenciones y aunque esté seguro de que nos serviría muchísimo saber lo que opina, por favor, cállese. Si quiere apoyar al feminismo, el primer paso, por definición, es restarse de los espacios que las feministas estamos tratando de conquistar. A veces, se lo prometemos, a veces no es tan terrible, de vez en cuando, no figurar. Nosotras lo venimos haciendo desde siempre. Por esta vez, hágalo usted.

Número Tres: Réstese

La tercera es la vencida. Sabemos que esta es la más difícil de las reglas del manual. Sabemos que parece imposible. Pero sabemos, también, que es imprescindible. Es muy probable que la feminista que tiene al lado esté profundamente equivocada. Tal vez incurrió en un error de lógica, o de ortografía, o en uno científico, o simplemente no sabe nada de historia. Sin embargo, por otro lado, ¿ha pensado alguna vez que ella podría tener razón? No se angustie, respire profundo. Pero piénselo. Tal vez, puede ser, es una alternativa plausible, que sea usted el equivocado y no se haya dado cuenta. Por las dudas, entonces, por si acaso, cállese. En el peor de los casos, estamos seguras, la feminista que está a su lado es perfectamente capaz de descubrir su error por sí misma.

Número Cuatro: Escuche

Si ya logró dominar las reglas uno, dos y tres, descubrirá que la número cuatro se le hará muchísimo más fácil. Si guarda silencio, casi por obra de magia, empezará a escuchar cosas que antes ni se hubiera imaginado. Oirá a miles de mujeres que repiten casi el mismo relato de acoso, de vulneración y de violencia, y comprenderá que no era una exageración histericoide. Escuchará a mujeres que vienen pensando y repensando sus demandas desde hace décadas, aun siglos, y verá que no era un simple capricho. Aproveche el nuevo tiempo libre y lea. Encontrará que las feministas vienen escribiendo desde hace siglos, aunque esos libros no hayan llegado a sus manos. Aprenderá de un sinnúmero de temas que hasta ahora, para usted, ni siquiera tenían nombre. Se enterará también de que el feminismo está compuesto por miles de voces diversas, que en muchos detalles tal vez no están de acuerdo, pero que en lo esencial gritan al unísono. Y se dará cuenta de que esa multiplicidad de voces hace que el feminismo se valga por sí mismo y que no necesite de la voz de los hombres. Ahora, vuelva a leer las primeras tres reglas, entiéndalas de una vez y réstese.

Número Cinco: Observe

Una de cada dos personas en el mundo es una mujer. Mire a su alrededor. Vamos, levante la mirada y observe. ¿Cuántas hay?

Número Seis: Su chiste no es chistoso

Esta regla está implícita en las anteriores (al igual que muchas otras de este manual), pero creemos necesario desglosarla, para asegurarle exhaustividad y dejar al mínimo el margen al error. Antes de contar ese chiste, guarde silencio y piense un segundo en su contenido. Para que un chiste funcione como tal, debe siempre tener como base una premisa conocida, sea esta real o ficticia. Por ejemplo: los gallegos son tontos. ¿Qué premisa está asumiendo como real con su chiste? Si esa premisa es ofensiva, su chiste no es chistoso. Los gallegos, después de todo, no son tontos.

Número Siete: Ser mujer no es ofensa

Así como su chiste no es chistoso, su ofensa no tiene ningún sentido. «Igual que mina», «como niñita», «ya andái con la regla», «se puso menopáusica» y otras similares solo señalan una realidad que, si observa bien, es la experiencia obvia y cotidiana de más de la mitad de la humanidad. En ningún contexto son ofensivos. Y ya que estamos en esta, tampoco lo son las diversidades sexuales; ser gay o «maricón» es una orientación que conforma identidad, y por lo tanto es causa de orgullo, no hay de qué sentirse ofendido. Ah, y por si acaso, ninguna persona en el mundo «necesita pico». A algunas les gusta, no vamos a juzgar, en gustos no hay nada escrito. Pero nadie lo «necesita».

Número Ocho: Su piropo no es halago

Esta es tal vez una de las reglas más controversiales. La noticia de que las mujeres no queremos ser piropeadas ha dejado atónitos a oficinistas y albañiles, médicos y baristas. Y es que cómo puede ser que a alguien le moleste que le digan que es linda, que le suban el ánimo y el autoestima. ¡Cómo puede ser que no veamos la riqueza lingüística y folclórica del piropo, patrimonio de la nación! ¿No será un poco exagerado? ¿Dónde está el límite entre un halago y el acoso? ¿Ya no se puede decir nada? Una vez más lo invitamos a leer las primeras reglas del presente manual. Luego escuche las historias demasiado cotidianas de los piropos en el espacio público y de trabajo. Tenga en cuenta el calibre de los piropos a los que estamos ya tristemente acostumbradas. Si no conoce ninguna historia, lo invitamos a leer otra de las crónicas del presente volumen: «Quemar la caza», de Javiera Manzi. Fíjese en que el piropo está estructurado para ponderar una cualidad, solo una, de la mujer: su cuerpo. El piropo no realza la inteligencia, ni la valentía, ni una habilidad física o mental. De lo contrario sería un halago. El piropo es siempre dicho por un hombre a una mujer. Un halago, en cambio, está dicho por cualquier persona a cualquier otra, y busca, sobre todo, ser del agrado de quien lo recibe. El piropo no.

Número Nueve: No sea caballero

Puede parecerle mentira, pero le aseguramos que las mujeres no necesitamos de un hombre montado en un recio caballo para que venga a salvarnos de los horrores que pudiera significar tener que abrir una puerta, o descender de un escalón, o ir de pie en el transporte público. Sea amable, sí, siempre, se lo recomendamos. Pero no sea caballero.

Número Diez: Ante la duda, la a

Las feministas nos hemos empeñado en cambiar el lenguaje, porque el lenguaje crea realidad. Así, entre otras cosas, hemos peleado para que ciertos sustantivos y adjetivos, que en castellano van marcados con una o de masculino, a pesar de referirse a mujeres o a grupos mixtos, lleven la marca del femenino gramatical (la a). Esto es precisamente para marcar, mostrar, visibilizar algo que estaba, hasta entonces, invisibilizado. En profesiones donde siempre predominaron los hombres, por ejemplo, hubo que marcar la presencia femenina con una a, porque es imprescindible ver que una arquitecta sí puede existir. Simple, pero importante. Cuando sienta ganas de recurrir a la RAE para informarnos que en verdad no es necesario usar esa a, porque «en la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino», recuerde que la misma RAE ha ido admitiendo cambios en la lengua que evidencian cambios en la cultura. Así, la versión femenina de palabras que antes existían solo en masculino ya han sido admitidas en el distinguido diccionario, y a usted no le sonarán raras terminadas en a: bombera, jueza, jefa, clienta y, ya lo sabemos, presidenta, no violan ninguna, repetimos, ninguna regla gramatical. Por otro lado, no es necesario hacer lo opuesto con las pocas palabras en castellano que, a pesar de referirse a hombres o a grupos mixtos, están marcados con a. Por ejemplo, nadie dirá «persono». Los seguidores de Marx nunca se llamaron a sí mismos comunistos y Monet no pertenecía al movimiento impresionisto. Ellos no necesitaron marcar la o, porque eran espacios ya dominados por los hombres. Una vez más, la misma RAE le aconsejará que no es correcto anunciar que la prestigiosa Academia está llena de machistos, monarquistos realistos y colonialistos.

Número Once: El espacio público no es suyo

Y no nos referimos únicamente a la calle, la plaza o el transporte público. También las redes sociales, los medios de comunicación, las universidades (las de verdad) y la administración del Estado. Lo público nos pertenece a todas y a todos. Lo compartimos. Tenga esto en cuenta la próxima vez que orine detrás de un árbol, o se siente en la micro con las piernas abiertas, o deje un comentario ofensivo (o un chiste) en su red social de preferencia, o escuche a un hombre hablar en el congreso o en la tele. Los hombres se han adueñado del espacio público por siglos (el ágora griega o el foro romano estaba reservado exclusivamente para los hombres), y ya casi no se dan cuenta de que lo comparten. Y ahora las feministas reclamamos nuestro espacio y salimos a la calle. Por eso, cuando lo hagamos, réstese. No vaya a la marcha. Aunque usted crea que nos está apoyando, mejor apóyenos desde su casa. Déjenos tranquilas mientras le mostramos al espacio público cómo es verse lleno de mujeres. Para variar.

Número Doce: Vuelva al Número Uno

Cuando termine de leer estas líneas, no vaya a la sección de comentarios. No discuta la regla que le gustó más ni la que le pareció más nefasta. Si quiere, si no soporta la idea de no decir absolutamente nada, comparta el link en su red social de preferencia, con las siguientes palabras: para mis amigos hombres.

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