Nicole Kramm Caifal*
Recuerdo como si fuese ayer. Era 17 de octubre cuando escuché por redes sociales sobre las evasiones de estudiantes en el metro. Ese día tenía que dar unas clases de fotografía y territorio, a adolescentes del SENAME (Servicio Nacional de Menores).
Lo comentamos, estaba entusiasmada por lo que acontecía, así que apenas terminé, me despedí de lxs adolescentes, tomé mis cosas y avisé a unos colegas que iba rápidamente al metro a ver qué pasaba. Tenía mi cámara. Desde arriba del metro se escuchaban las voces en los torniquetes, los gritos eran alentadores, el corazón se me apretaba mientras veía como evadían. Lxs jóvenes decían a las personas en el metro que por favor no pagaran su pasaje, mucha gente les sonreía. Estábamos contentxs y eufóricxs, sentía que aquella masa rebelde éramos todxs aquellxs que, ya cansadxs de tantos años de humillación, perdíamos el miedo y que, por fin, florecíamos contestatariamente ante este sistema desigual. Le dije a un amigo que era uno de los días más emocionantes de mi vida. “No son solo 30 pesos, es toda una vida sin salud, vivienda, educación, jubilación y vida digna”. Esto era una olla de presión, tarde o temprano había que salir a las calles para exigir los derechos sociales básicos que nos han sido negados.
Para quienes luchamos, el estallido siempre se vio venir. Entonces llegó el 18 de octubre y lo viví en el metro con cientos de estudiantes que ejercían su legítimo derecho a la protesta. Pese a que había policías, no se marcaba el miedo en sus caras; era una guerra de ideología, se paraban frente a ellos y les discutían. Los agentes atónitos ante esta postura empoderada, ante este despertar indomable, nos reprimieron. De la alegría al espanto, en un segundo, la violencia desmedida nos impactó. Desde esos días, no paramos más; fueron concentraciones, marchas, fogatas, cacerolazos, más barricadas, resistencia, represiones, abusos policiales, militares en las calles y entonces, llegaron las muertes.
Ante la revuelta, Sebastián Piñera aplica estado de excepción constitucional en Santiago de Chile, Ley de seguridad del Estado y los militares se desplegaron por todo el centro de la capital con tanquetas y armas, tal cual dictadura. Las protestas se intensificaron y comenzamos a ver a lxs primerxs heridxs de gravedad. “La dictadura aún dura” pensábamos y lo seguimos pensando, agentes del estado disparaban directamente a nuestros cuerpos, centenares de manifestantes resultaban heridos diariamente de balín o lacrimógena, el transporte público había colapsado ante la desobediencia civil que nació como respuesta contra la violencia y la represión desmedida con la que operó el gobierno. Con militares custodiando las calles en toque de queda, nos amanecíamos viendo noticias y pasaba días completos en la calle documentando.
Desde ese entonces se ha cruzado de todo ante mis ojos, con alegría pero también con espanto por los embates de la violencia en mis compañerxs. He documentado desde una mirada resiliente y rebelde, pues valido todas las formas de lucha ante los poderosos que nos tienen sumidxs en una violenta y miserable realidad neoliberal. En los primeros días ya sabíamos que había muertxs y desaparecidxs, que luego aparecían quemados con impactos de bala. Pero los medios hegemónicos callaban, entonces sentíamos desesperación por romper con el cerco comunicacional, denunciábamos en todas nuestras redes y medios independientes el cómo los medios oficiales no estaban informando sobre la brutalidad con la que se nos reprimía y atacaba. Era un hecho, militares y Carabineros violaban los Derechos Humanos en Chile todo el tiempo. Por eso les fotografiamos, los grabamos, los atemorizamos con el lente, nuestras armas fueron las cámaras y ellos lo sabían: nos amedrantaban y atacaban porque denunciábamos todas sus malas prácticas, todos esos protocolos que no cumplían. En un solo día en Alameda, conté a diez gráficos y periodistas heridos, pues éramos blancos de interés: los pacos al ver nuestras cámaras, nos disparaban directo al cuerpo.
#NOESTAMOSENGUERRA
Esta violencia solo se había visto durante la dictadura cívico-militar de la cual me hablaban con miedo mi madre y mi padre cuando yo era pequeña. En mis lagunas mentales pensaba en la frase “para nunca más en Chile”, pero eso nunca fue. Hoy repetíamos la historia y esta vez me tocaba vivirla. En Chile se mata, se viola y se tortura, esto es de dictadura.
“A la calle, por nuestrxs heridxs y caidxs, debemos seguir hasta que vivir valga la pena”. publicaba en mis redes sociales el 22 de octubre del 2019. Mientras seguían las concentraciones en la – denominada por los pueblos – “Plaza Dignidad”, ex Plaza Italia, punto neurálgico de las manifestaciones durante nuestra rebelión entre las demandas, se exigía una nueva constitución y la salida de Sebastián Piñera, eso hasta el día de hoy.
Por Alameda pasaban personas heridas en todo momento, nos disparaban descontroladamente, vi correr la sangre por sus caras, era tan angustiante que un día bajé mi cámara y lloré, sentía que era una masacre. De pronto un Carabinero me apuntó directo al rostro, con completo sadismo y total alevosía a su impunidad. Muchas veces sonríen al disparar, los he visto, en ese momento sentí un miedo horrible a terminar ciega o muerta, una palmera me salvó de aquel disparo inminente, pensaba en lo fácil que era morir en una manifestación. De todas formas me rociaron con gas pimienta y agua con ácido, habían pasado 40 horas y todavía sentía el ardor en todo mi cuerpo junto a un picor insoportable en la garganta. Era impotencia y desesperación de ver que seguían las tácticas represivas heredadas de la dictadura y que se ejercían con total complicidad del gobierno. Ese mismo día, una chica de 15 años fue agredida con una lacrimógena en la cabeza y estaba con daño cerebral. Mientras ella estaba grave, la televisión nos vendía normalidad, dejaron de transmitir lo que pasaba en nuestras calles, criminalizaron la protesta y escondieron los abusos y torturas de parte de las policías: terrorismo estatal.
Pasaron los meses, seguimos trabajando en la calle, cuidándonos entre colegas para documentar esta historia. Siempre ha sido un deber, un compromiso político y social como comunicadora y activista interseccional evidenciar lo que el pueblo está viviendo, pese a que las policías intentan frustrar una y otra vez el ejercer nuestro derecho a la libertad de expresión y opinión.
Mi ojo, mi lente se trizó una hora antes de 2020. En un medio redactaron que si mi ojo fuera una cámara, la abertura de diafragma ya no funcionaría; el teleobjetivo no precisaría, habría poca o nada profundidad de campo y las fotografías estarían cubiertas en un 95 % por oscuridad.
En la noche de año nuevo decidimos cubrir en Alameda, pero cuando pasábamos frente a unos piquetes de carabineros, me llega en seco un disparo de balín directo a mi ojo izquierdo.
Nunca pensé que la vida me cambiaría tanto entre un abrir y cerrar de ojos.
No fácil de aceptar, los doctores dijeron que el daño era irreversible, no existía una operación para salvar la visión. Eso fue para mí como revivir el disparo, ese disparo del paco cobarde que apagó parte de mí y que me hizo sentir tanto dolor.
Hoy denuncio que en Chile se violan sistemáticamente nuestros Derechos Humanos y con completa alevosía. Lo vi, lo viví. Balas contra piedras, cobardes quienes se atreven a disparar a su pueblo, pero ya no hay vuelta atrás. Nunca olvidaremos ni perdonaremos lo que han hecho, porque he visto el terror y el espanto en la cara de la gente y en la mía. Aunque sé que mis ojos, que tanta alegría y espanto han visto, no se cerrarán ni con toda la represión del Estado.
Pero ¿qué vi de más o qué vimos de más para que nos dispararan a la cara? Ojalá que algún represor se pusiera en el lugar de algunx de mis 468 compañerxs que han perdido la visión por salir a la calle. Además de miles de mujeres y disidencias, compañeras que fueron violadas, abusadas, acosadas, denigradas o agredidas por funcionarios policiales en todos los contextos durante el estallido, igual que en dictadura.
Sin duda hay un esquema patriarcal en las instituciones, porque cuando las mujeres tomamos un rol activo en movilizaciones, somos víctimas de abusos, como mecanismo de control y de disciplinamiento. Fuimos botín de guerra.
Ha pasado casi un año de aquel despertar, el gobierno negacionista de esta misma derecha que propició y colaboró con la dictadura hoy, nuevamente, es cómplice de todos los crímenes cometidos. Han evidenciado que desprecian nuestros derechos y, por lo tanto, representan un peligro para nuestras vidas. Ha pasado un año desde que Piñera fascista sacó a la calle a sus milicos y pacos a torturar al pueblo, pero aún nos mantiene en toque de queda, con nuestras poblaciones militarizadas. Piñera es todo lo que no queremos, es desigualdad, es miseria, explotación, extractivismo, es represión, sadismo, es la dictadura y la muerte. No sé cuál será nuestro destino, pero sé que si volvemos a la calle nos encontraremos con un compañerx, con un colega y con un pueblo que seguirá resistiendo el terrorismo de Estado con tal de conseguir esa dignidad de la cual nos han privado. Hoy en Chile existen más de dos mil acciones judiciales en curso contra agentes estatales por apremios ilegítimos, violación a los Derechos Humanos por las principales causas, que han sido: golpizas brutales, intento de homicidio, disparos a cara y al cuerpo, amenazas de muerte y de violación, atropellos, tocaciones, desnudamientos, quemaduras, violaciones sexuales, mordidas, ahogamiento con bolsa plástica, piedrazos e insultos, discriminación, burlas y humillación. La impunidad del ayer y de hoy, con fuerza se impone tras la falta de persecución y castigo contra quienes cometen violaciones a los Derechos Humanos, pues sus casos han sido protegidos, encubiertos e invisibilizados por todas las fuerzas de poder: el Gobierno, las policías, los tribunales de justicia, las élites económicas y el Estado, con el fin de preservar el modelo económico y social.
¡Verdad, justicia, reparación y respeto a los DDHH!
Entendemos que con la impunidad que tienen en su actuar y con la militarización de nuestros territorios, buscan atemorizarnos y desmovilizarnos. Pero tenemos memoria, sabemos que el terrorismo estatal es la política que el estado chileno ha utilizado una y otra vez para imponer un modelo que solo acrecienta las desigualdades, que vulnera los derechos sociales y políticos, privilegiando sus ganancias por sobre nuestra vida. Su política del terror no funcionará, seguiremos registrando, denunciando, documentando, porque no abandonaremos las calles. Seguiremos rompiendo el cerco comunicacional del Estado para construir comunicación social al servicio del pueblo.
*Fotógrafa documental y realizadora audiovisual. Activista vegana. Ha sido vocera de derechos humanos de la coordinadora Feminista 8M y es parte de la Coordinadora de víctimas de trauma ocular de Chile.
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