Lo político y lo económico. Piñera y Bolsonaro

Por Paula Arrieta Gutiérrez.

Todas las revueltas sociales de nuestro tiempo (y de todos los tiempos), se relacionan fuertemente con una estructura política y social que resulta injusta para una parte de la población. Y, casualmente, ambas esferas responden a un sistema de distribución de los bienes y su producción que marca el lugar en que los sujetos se ubican en un espacio y un tiempo. Se trata de una condición material, ya lo sabemos hace siglos, que actúa de manera opresiva para muchos y muchas. No es necesario ir tan lejos ni en la historia ni el mapa para constatar esto.

Recientemente estuve unos días en Buenos Aires. La tensión social que ha provocado la situación económica del país es evidente. Desglosar sus causas históricas podría llevar mucho tiempo y análisis, pero la relación entre la realización de la vida y las medidas económicas del gobierno son innegables. Hace recordar la profunda crisis que vivió Argentina a comienzos del nuevo siglo, que repercutió en un avance indiscriminado del hambre y la violencia, en desmedro de las capacidades de los seres humanos para construir sus espacios de dignidad.

Más cercano aún. Las protestas generalizadas del 2011 en Chile apuntaban a tres demandas clave: una educación pública, gratuita y de calidad. Se trata, por supuesto, de un reclamo que apuntaba directamente al corazón de un sistema que ha privatizado todo lo que encuentra a su paso, precarizándolo, delimitando su nivel a las necesidades del mercado. Pero, indisolublemente, describe una visión de la realidad: que hay aspectos de la vida que necesitan la garantía de derechos iguales para todas y todos. La educación, el acceso a la reflexión crítica, el conocimiento y la construcción participativa de una sociedad, es uno de ellos.

Los ejemplos son infinitos. Son la historia escrita entera. Y la no escrita también. Es esa relación inseparable entre lo social, lo político y lo económico lo que la derecha neoliberal no puede o no quiere ver. Bajo su discurso se esconde la conveniente ilusión que la construcción de una sociedad corre por un carril totalmente diferente al de la economía. Como si no fuera justamente el Estado quién ha asegurado, promovido y financiado las más grandes riquezas privadas de nuestro país, a través de leyes y prácticas legales o ilegales, aunque de todo punto de vista anti éticas, forzando a los sujetos a convertir su vida, sus afectos, su inteligencia, su energía y su voluntad, en un eslabón productivo más.

Y no se trata de un efecto colateral de la economía, sino de su núcleo: no es posible pensar el sistema actual, el neoliberalismo desatado, sin la delimitación de las conciencias de quienes componen la sociedad. Porque su idea de la libertad prescinde de los derechos de las mujeres, los pobres, los pueblos indígenas, los inmigrantes, los niños y niñas, la disidencia sexual y un largo etcétera.

Cuando el presidente Sebastián Piñera manifiesta sus dudas sobre la propuesta valórica y social del candidato neofascista a la presidencia de Brasil, Jair Bolsonaro, pero no se demora en apoyar su proyecto económico, está dejando al descubierto la perversión profunda de su visión de la sociedad. No está diciendo que la realización del mercado tiene algunos costos sociales que vale la pena asumir, sino que el sistema económico que representa se realiza sobre esos cuerpos otros, que Bolsonaro agrede sin pudor, y hasta con orgullo. Y que eso está bien.

¿No se parece mucho la disociación ética de Piñera a la idea que la dictadura cívico-militar que encabezó Pinochet “tuvo algunos excesos, pero creó las bases de un país económicamente sólido”? ¿No se condensa en esa frase todo el desprecio hacia los seres humanos y su dignidad?

No. No es posible separar lo valórico de lo económico. Y desconocerlo no representa una limitación de la capacidad de relación de Piñera, sino que manifiesta abiertamente su disponibilidad al triunfo del fascismo más duro, ese que se guía por el odio radical a lo más profundamente humano, en nuestra históricamente golpeada región.

Sería interesante ver ahora a Piñera alabar las medidas económicas del nazismo, basadas muy hábilmente en la realización de trabajo esclavo de prisioneras y prisioneros y su extermino.

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