
Alex Huenteo
Es ilógico pensar que viviendo tanto tiempo en el sur, en el campo, más aun, evidenciando tradiciones ancestrales, nunca desperté ni mucho menos sentí mi newen mapuche. Y aquí en Santiago, donde está toda la moda, la influencia europea y norteamericana, donde predomina la cultura occidental, en esta gran ciudad vine a despertar, vine a saber cuál es mi identidad.
Nací en Traiguén, IX región, viví ahí hasta los cinco años, porque al morir mi madre me fui de esa ciudad, puesto que mi padre se casó con otra señora. Entonces llegué a Galvarino, pero no al pueblo sino que al campo. Fue un cambio radical porque hasta ese momento no sabía que mis apellidos eran de origen mapuche y en ese campo el 99,9% de los niños del colegio tenían apellidos mapuche, así que encontré algo en común. Pero de mapuche tenía sólo la cara y los apellidos porque aún desconocía cosas de la cultura mapuche, cosas que la religión se encargó de extinguir, tanto así que nunca presencié un guillatún, machitún o algún juego de palín, estando en la misma región de la Araucanía y, más aun, viviendo en una comunidad donde se supone está todo el kimvn [1] mapuche. A lo más aprendí palabras básicas en mapudungun porque la abuela (madre de mi madrastra), cuando me pedía algún mandado me lo decía en mapudungun y si yo no le entendía me daba con un coligue en la cabeza, así que obligado a aprender. Pasaron los años y yo crecía en esa comunidad cristiana al interior de Galvarino, iba a la iglesia llevado por mis padres, participaba en el colegio bailando cueca, me gustaban los juegos de la yincana pal 18 de septiembre, en definitiva, hacía lo que cualquier niño chileno hace en diario vivir, era un patriota de tomo y lomo.
Al iniciar mi enseñanza media me mudé a la ciudad de Temuco para realizarla. No me costó adaptarme en esa ciudad puesto que nací en una ciudad y fui muy urbano, a pesar de que me fui a vivir al campo. En Temuco formé amistades de diferentes lados de la región de la Araucanía, chicos que quedaban internos porque llegaban de muy lejos de la ciudad. Cada vez me iba encantando más de la ciudad, la moda me absorbía subliminalmente y yo ni cuenta me daba, inconscientemente prefería lo occidental y desechaba lo ancestral, lo poco ancestral que había adquirido hasta ese entonces.
Un día en el liceo se me invitó a participar en una actividad pal wetripantu [2] que estaba próximo a venir y por curiosidad acepté participar. Estaba nervioso porque era primera vez que iba a participar en algo tan simbólico para el pueblo mapuche, incluso hasta me sentía ajeno a la actividad, pero fue el inicio de una búsqueda.
Llegado el día del wetripantu toqué pifilka [3], era lo único que sabía tocar en cuanto a instrumentos mapuche, pero sentí sólo alegría y fuerte emoción momentánea. Pasaron los años y terminé mi cuarto medio, fue ahí cuando emigré al gran Santiago, la capital de Chile; volver al mismo proceso que realicé en Temuco, conocer gente nueva, buenos amigos, compañeros de trabajo, de instituto, etc…
Hasta ese momento seguía pensando que era chileno y aún veía todos los partidos de la selección con bandera chilena en mano y harto patriotismo y orgullo en mi corazón. Pero un día todo eso se derrumbó.
Un día, cuando pagaba mis cuentas en Paseo Ahumada, en pleno invierno del 2010, escuché un sonido a lo lejos, un sonido que me parecía familiar y que me trasladó inmediatamente a la novena región, cómo olvidar el sonido del kultrun [4], de la trutruka [5], del cacho. Eran sentimientos encontrados, me quedé pasmado, no sabía qué hacer mientras pasaba un grupo de manifestantes mapuche, la mayoría con sus vestimentas y con lienzos que decían “derogación a la ley antiterrorista”, “libertad a los presos políticos mapuche en huelga de hambre”. Yo tenía noción respecto al conflicto del estado chileno para con los mapuche, pero era algo que veía en las noticias de la tele, lo encontraba como un tema tan lejano para mí que no me conmovía ni me instaba a apoyar. Pero en ese momento, in situ con la marcha, me desconecté del tiempo y me conecté inconscientemente con la causa, repentinamente cuando me toqué la cara tenía lágrimas en los ojos que rodaban por mis mejillas, era algo mágico, más que una emoción, fue una conexión innata que tuve con esa marcha, me sentía tan igual, no encontraba diferencia alguna, mi corazón parecía un tambor al palpitar y mi espíritu parecía abandonar mi cuerpo para manifestarse en ese instante, era todo tan real, pero a la vez tan mágico. Fue ahí cuando sentí que yo era parte de esa causa y no de las cuecas, partidos de selección ni bandera chilena, tuve sentimientos encontrados y fue recién ahí cuando me pregunté, quién soy, de dónde vengo y para dónde voy. Me di cuenta que aún no tenía identidad propia porque estuve toda una vida pensando que era chileno y sin embargo en ese momento no me sentía nada de eso, era religioso pero en ese momento no sentí religión alguna, lo que sentí fue amor, rabia, furia, alegría, hermandad, igualdad, sentí tantas cosas al mismo tiempo, me sentía tan winka [6] en mi aspecto externo, pero a la vez me sentía tan mapuche en el ámbito interno, del corazón, de la causa por la cual se estaban manifestando en esa marcha. Al término de la marcha me acerqué a quienes llevaban la marcha, así que pregunté por las actividades próximas a realizarse y me sumé a la causa sin conocer casi a nadie, pero era como si igual los conociese, estaba confundido pero igual apoyé. Por el sistema que nos impone este estado, me desaparecí de las marchas por estudiar en el instituto, mi tiempo ya era otro. Sin embargo mi “SER MAPUCHE” ya había despertado, por eso en cuanto podía asistir a marchas o ceremonias lo hacía con gusto, pero aun así me perdí más de un año y medio, hasta mi segundo despertar que fue pal wetripantu del 2012. Fue ahí donde desperté mi Feyentun [7], kimvn y Rakiduam [8]. Ya no era lo político lo que me llevaba a manifestarme en la marcha, sino que ahora me movía la cosmovisión mapuche, el pvllv [9], el newen [10] escondido en mí. Pero cuando recordé el video que había visto el 2010 de Matías Catrileo, ya no tuve más dudas de que sí, yo no era chileno, sino que siempre fui mapuche, lo soy y lo seguiré siendo, hasta cuando la tierra me haga volver a ella porque de ella salí.
Es ilógico pensar que viviendo tanto tiempo en el sur, en el campo, más aun, evidenciando tradiciones ancestrales, nunca desperté ni mucho menos sentí mi newen mapuche. Y aquí en Santiago, donde está toda la moda, la influencia europea y norteamericana, donde predomina la cultura occidental, en esta gran ciudad vine a despertar, vine a saber cuál es mi identidad, vine a darme cuenta que no soy sólo un indígena, un originario de este país, sino que soy más que eso, mucho más que eso, porque soy parte de un pueblo que tiene costumbres, tradición, sabiduría, un pensamiento, una lengua, una creencia, un territorio. Vine a reafirmar que no soy chileno, sino que soy MAPUCHE.
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