
(Cómo vivir juntos en la distancia)
* Nicolás Cadavid
En momentos en que lo virtual gana terreno frente a lo real, hasta el corazón de un vampiro parece bombear más fuerte que el nuestro.
Hacia 1992, Francis Ford Coppola dirige la que es considerada como la mejor adaptación cinematográfica de Drácula, la famosa novela de 1897 escrita por Bram Stoker. El éxito de la versión de Coppola radica, según la crítica especializada, no sólo en la inclusión de personajes secundarios nunca antes llevados a la pantalla, sino también en su decisión por mostrar una visión un tanto más romántica, humana si se quiere, del infame voivoda.
Pero más que la humanización de lo no-humano, lo que me interesa señalar en un principio es la relación sentimental que existe entre Jonathan (Keanu Reevs) y Mina Harker (Winona Ryder). Sincera, abnegada e incondicional, la joven pareja de pronto se ve separada, a causa de las obligaciones laborales de Jonathan, por una infranqueable y sugestiva barrera natural: los montes Cárpatos. Así pues, y en medio del extraño comportamiento del conde Drácula, la pareja Harker comienza a sostener su relación en base a un lento y seguramente impreciso intercambio epistolar.
La angustia empieza a ser percibida en el rostro de la cándida Mina, cuando tras esperar por mucho tiempo alguna noticia de su amado, recibe una corta misiva en la que Jonathan le informa que por petición de Drácula, debe permanecer un mes más en su castillo. El oficinista, acto seguido, termina su carta diciendo “no puedo decirte nada más excepto que te amo”.
Qué terrible resulta para Mina no poder replicar frente a la lapidaria sentencia del joven abogado. Es como si en sus labios se dibujara un triste y melancólico “espera, no dejes este vacío en mi alma, aún tengo cosas por decirte”. Pero bien sabemos que eso es imposible, uno no puede interpelar ante una hoja de papel.
Si Mina y su querido Jonathan viviesen en la época de la proximidad virtual [1], sus problemas posiblemente serian menores. Ella habría podido ver a su esposo a través de la web-cam, él le habría enviado un reconfortante beso, y finalmente, ayudados por aquellos divertidos iconos que han venido a remplazar nuestras emociones, habrían desplazado el sentimiento de ausencia y zozobra hasta que éste regresara, quizás en un par de días, amenazante como la sombra del temible vampyr.
Porque lo que la proximidad virtual resuelve es la conectividad entre las personas, la posibilidad de saber del otro de forma casi inmediata a pesar de la distancia, no la fragilidad a la cual se han visto expuestas las relaciones humanas en momentos en que el capitalismo no sólo nos conmina a hacernos más egoístas y competitivos, sino también más descartables, menos indispensables para su correcto funcionamiento.
La creciente demanda frente a la virtualidad se debe a que ésta se ha convertido en lo más parecido a la realidad y, siendo un tanto más arriesgado, a una idealización de la realidad, ya que en la mayoría de los casos la virtualidad puede ser asociada con lo rápido, con lo económico, y lo que es más grave, con lo seguro. Así entonces, ¿qué necesidad tendría Jonathan de escapar del castillo para ver a su esposa si pudiese ahorrarse, con un click, el tiempo, el dinero y el riesgo que esto implicaría?
Y es que además de las ventajas recién descritas, esta nueva dinámica, soportada sobre el desarrollo tecnológico, ha gozado de unas condiciones más que favorables para su acelerada popularización: la paulatina desaparición del espacio público en las ciudades, su posterior remplazo por los no-lugares descritos por Augé, y la proliferación de dispositivos electrónicos de control social en dichos lugares destinados al ocio y al anonimato, han generado profundas fisuras en la forma como hasta hace muy poco solíamos relacionarnos los unos con los otros. En lugar de favorecer la construcción de vínculos más duraderos con nuestros semejantes, en base a la confianza y al amor, el sentido de progreso parece proponernos el desencuentro, el miedo hacia el otro, y la soledad, como los caminos al borde de los cuales proyectar nuestras vidas durante este siglo.
Es por esto que hoy en día sería mucho más fácil imaginar a los Harker soportando la desgarradora distancia que separa sus corazones, que haciendo frente al influjo del conde Drácula. De la misma forma como el vampiro seduce a Mina con su mirada, convenciéndola de caer en los brazos de la Absenta mientras su esposo se arrastra miserablemente por el fango en su huida del castillo, así mismo, cientos de soldados del Ejército de Colombia fueron seducidos por jugosas bonificaciones laborales aunque éstas implicasen el asesinato de al menos mil civiles inocentes entre 2007 y 2008 [2]. O quizás de la misma forma, tan sólo para ilustrar el problema desde la otra orilla, en la que alias “Rojas”, asesinó a su jefe, el cabecilla de las FARC, alias “Iván Ríos”, por una recompensa de casi 3 millones de dólares ofrecida por el gobierno nacional.
Todos como posibles enemigos de todos, todos como delatores de todos. En tiempos en los cuales la lealtad y la confianza han sido reducidas a un bien de consumo más, parece poco probable, y hasta ridículo, creer en la posibilidad de un amor bello y duradero.
Aunque al final de la película Jonathan renuncia a su amada, pues comprende que ella ha sucumbido al poder corruptor de Drácula, hecho que confirmaría esa dificultad aparentemente natural en las personas para establecer vínculos sólidos y sinceros, quizás resulta mucho más gratificante, aunque no por ello contradictorio con lo dicho a lo largo de este texto, pensar que el verdadero amor en esta historia reposa, no en la joven pareja Harker, sino en la bella y en la bestia, y que a pesar de los siglos de separación, y la evidente diferencia entre ambos personajes, el amor, como dice Mina mientras el conde agoniza, es mucho más fuerte que la muerte misma.
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[1] BAUMAN, Zygmunt. Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos (trad. Mirta Rosenberg). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 88.
[2] A esta serie de ejecuciones extrajudiciales se le conoce como los Falsos Positivos. A pesar del gran escándalo que generaron estos hechos, más de 40 militares acusados de participar en estos crímenes fueron dejados en libertad en febrero de 2010. Por su parte, el entonces comandante del ejército, el General Mario Montoya, renunció a su cargo pero fue extrañamente “premiado” por el entonces presidente Álvaro Uribe, al ser nombrado embajador de Colombia en República Dominicana.
* Nicolás Cadavid: Nació en Bucaramanga, Colombia, en 1979. Es Maestro en Bellas Artes de la Universidad Industrial de Santander (2005) y Magíster en Artes Visuales de la Universidad de Chile (2009). Acreedor a varias distinciones en su campo, desde 2004 ha expuesto sus proyectos en ciudades de Colombia, Venezuela, Cuba y Chile. Desde 2006 dirige el proyecto Galería LaMutante.
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