Por Claudia Soto Cabello
Archivera.
Tras conversar con dos jóvenes historiadores mapuche, Fernando Pairican Padilla y Claudio Alvarado Lincopi, sobre la relación entre la lucha de este pueblo y los problemas que aborda la archivística, podemos comprender cómo el uso de fuentes documentales ha sido parte de su estrategia de resistencia, pero también han debido escapar de los archivos, cuando éstos se hacen parte de la colonización.
La lucha del pueblo mapuche refleja las antípodas de las tensiones sociales que se viven en nuestro país. Por una parte, el latifundio forestal, representado por el duopolio de la CMPC, del grupo Matte, y Celulosa Arauco, del grupo Angellini, y en la otra colina, el pueblo mapuche. Si los primeros acrecentaron exponencialmente su fortuna a punta de balas y subsidios de la mano de los militares y los gobiernos que les han seguido, los segundos, aunque nunca sometidos, se fueron empobreciendo desde la construcción del Estado. Los mapuche son las primeras masas trabajadoras de nuestro país. Nunca se ha aplacado su ansia de labrar la tierra, y su resistencia cultural da un paso al son de cada afafan[1]. Cientos de weichafes muertos y heridos cargan sobre sus espaldas, aun así, alzan la voz y hacen estallar la propaganda mediática terrateniente que pretende tildarlos de terroristas.
Quienes observamos desde la ciudad y las ansias de justicia podemos constatar que su innegable victoria es existir como pueblo. Su fama los precede: «nunca sometidos» no es un eslogan, es una contundente realidad, edificada en siglos de lucha contra la discriminación, las masacres, la reducción, la invasión y la actual militarización de su territorio. Dicha resistencia para muchos implica hoy enfrentarse a una guerra de baja intensidad, tal como señala la Comunidad de Historia Mapuche[2].
Establecido este contexto, podríamos preguntarnos por la ligazón de este pueblo –el cual en su origen no tuvo alfabeto escrito– con los problemas que aborda la archivística. Pues bien, respondemos que el uso de fuentes documentales ha sido parte de su estrategia de lucha y resistencia, con diferentes grados de relevancia.
Para profundizar en esto conversamos con dos jóvenes historiadores mapuche, Fernando Pairican Padilla y Claudio Alvarado Lincopi.
Archivos y propiedad de la tierra
Fernando Pairican es historiador y autor del libro Malón, la rebelión del pueblo Mapuche. Además, es Doctor (c) en Estudios Americanos por la Universidad de Santiago de Chile.
¿Son importantes los documentos para las demandas mapuche?
«Sí, por ejemplo, las actas de títulos de propiedades están en tribunales y notarías. Yo hice un estudio sobre Puerto Choque, allá en Tirúa, y pude llegar al primer comprador de tierras en 1876 y eso está en la Notaría de Cañete. De ahí vienen los Juzgados de Indios donde gran parte del mundo indígena viene a quejarse por la pérdida de tierra y ese Juzgado de Indios después pasa a la Corporación de la Reforma Agraria (CORA) y la CORA lo utiliza para la transformación de la tierra. Esos archivos son importantes para ver la propiedad de la tierra».
¿Cuál ha sido el uso que el movimiento mapuche le ha dado a esos documentos?
«Gran parte del proceso de petición de la tierra se basa en los archivos, sobre todo los títulos de merced. En el año 93, por la Ley Indígena, los mapuche pueden exigir una reevaluación de la propiedad a partir de los títulos de merced. Estos mostraban cuáles son los territorios históricos de la propiedad y cómo se han ido perdiendo en el último proceso, entonces son fundamentales los papeles».
Fernando nos explica que el análisis de restos arqueológicos también ha sido usado para reconstituir la propiedad de la tierra en manos mapuche. El historiador Martín Correa ha realizado un trabajo fundamental en esto, en la zona del Malleco. Por ejemplo, en el descubrimiento de los cementerios indígenas, que muchas veces se encuentran al interior de los predios forestales.
¿La represión estatal atenta contra la valoración de los archivos por parte del pueblo mapuche?
«La particularidad ha sido poder ocupar esos espacios, como para interpretar el proceso histórico, y los archivos te dan una legitimidad en torno a la discusión, pero no todo está suscrito a los archivos. Por ejemplo, cuando yo hice este trabajo, las personas mapuche se acordaban de los Ebensperger, como las personas que les habían generado la violencia en su territorio, pero no se acordaban del que originalmente compró las tierras… Yo lo investigué y es un Senador de la República que compró pero nunca ejerció su compra en ese territorio, entonces las personas se acordaban de Ebensperger que fue el segundo comprador que fue quien expulsó a los mapuche, y eso está en el archivo. Decía en el archivo que tal persona se encargaba de conversar con los indígenas que seguían viviendo allí… se acordaban de él, pero no se acordaban de este Francisco Vergara. Entonces el archivo te permite una aproximación para el contexto histórico. Pero tiene que ser complementado con otras fuentes, y en ese sentido la memoria oral es importante. Tanto los mapuche como los sectores populares chilenos hasta los 60 eran en su mayoría analfabetos. Por ello, cobra relevancia la memoria oral, el concepto de la oralidad, de cómo se transmite la memoria. Si bien tiene que ser contrastada con el archivo, la memoria te puede ayudar a analizar un proceso a partir de las fuentes archivísticas, te da una visión importante del proceso».
¿Cómo ves el momento actual para el movimiento mapuche?
«Es un movimiento que políticamente ha podido expandir el desarrollo del movimiento autonomista. Hay un crecimiento ideológico del movimiento mapuche, a lo mejor no hay un crecimiento cuantitativo en el sentido de que haya más militancia, pero yo lo veo como un movimiento que, a pesar de los siglos represivos, ha logrado crecer bastante en su forma de hacer política y también ha potenciado su discurso político e ideológico. Yo lo veo bastante positivo».
Mapuche Waria Mew: Un archivo que se escapó del Archivo Colonial
Claudio Alvarado Lincopi es historiador y poeta. Actualmente es estudiante de posgrado de la Universidad Nacional de Colombia. Junto con Enrique Antileo Baeza es autor del libro Santiago Waria Mew: Memoria y fotografía de la migración mapuche, que dio origen al proyecto «Archivo Mapuche Waria Mew»[3], cuyo propósito es narrar y reflexionar sobre la migración mapuche desde los diversos documentos y objetos que les han legado las familias mapuche, tales como fotografías, cartas, diarios, boletines, dibujos, etcétera.
¿Cómo surge la idea del proyecto?
«Con Enrique participamos de una organización mapuche en Santiago y en el contexto de una actividad de solidaridad con comunidades en conflicto en la zona de Arauco, fuimos a entregar útiles para los niños y alimentos no perecibles. En la medida que nos sentimos parte del conflicto, en la diáspora de Santiago, como pueblo diaspórico, migrante, expulsado de nuestro territorio, estamos hermanados en la lucha con nuestros hermanos en la lucha territorial del sur. Entonces estábamos en el sur y comenzamos a pensar en nuestras historias también; Enrique era de la Legua, yo era de Renca, por allá por el 2011. Enrique es antropólogo, yo estudié historia. Entonces pensamos: colaboramos con los hermanos del sur, pero en Santiago hay una historia que recuperar. Entonces empezamos a revisar algunas fotografías familiares nuestras, muy biográfico primero, y después empezamos a ver que detrás de esas familias y de otras, había una historia potente que recuperar, que tenía que ver con la migración, con la vinculación con el territorio, porque más allá de la migración, siempre hubo una vinculación con el sur. Las familias mapuche en general –algunos de una forma más fluida, otros con más trancas, justamente por una experiencia no necesariamente linda, sino de muchas violencias también– todas tenían un álbum familiar. Nosotros decíamos que esas fotografías constituían ‘un archivo que se escapó del Archivo Colonial’ y que estaban fragmentadas, producto justamente de la fragmentación que generó el mismo colonialismo al sacar a nuestra gente del territorio».
¿Por qué un archivo?
«Partimos de la noción de que existe un Archivo Colonial que resguardó y delimitó también nuestras formas de ser mapuche. Margarita Alvarado tiene unas investigaciones súper interesantes (y eso también lo cito en el libro que te comento), que señalan que muchas de las fotografías resguardadas por este Archivo Colonial fueron construcciones, fueron montajes fotográficos, fue un fotógrafo que situó a la gente mapuche, la ordenó, de alguna manera le dio el carácter que el buscaba representar. Evidentemente esto es en el siglo xix, mediante una estrategia agónica, finalmente [se creía] estar fotografiando a los últimos araucanos, esto tenía una fisonomía, un carácter muy particular, y esos documentos están resguardados en el Archivo Colonial. Pero hay documentos que se le escapan al Archivo Colonial y son documentos elaborados por la misma sociedad mapuche. Entre estos documentos están las fotografías familiares, en donde la gente desarrolló libremente; evidentemente también cruzados por la estética de la época, eso no lo podemos dejar al descuidado, pero sí al menos posaban de manera voluntaria frente a una cámara y edificaban también una construcción visual. Y estas dan cuenta de una voluntad muy particular de la sociedad mapuche, de significar su propia historia. Dejar rastros de sus vidas, dejar alguna memoria. Estas fotografías son las que nosotros tomamos e intentamos agrupar bajo una concepción de pueblo, pues más allá de que estas fotografías fueron tomadas de manera familiar, nosotros concebimos que son parte de una historia de despojo, de desarraigo, de migraciones que llegan hasta Santiago. Porque también hay definiciones, no se fotografía cualquier cosa; se fotografía el espacio de la felicidad, no el espacio laboral, por ejemplo, muy pocas familias tienen fotografías del trabajo, porque era el lugar de la explotación.
Entonces, hay definiciones –una curatoría, se podría decir desde hoy– que se representan también en el archivo que nos dejaron ver. Nosotros además tenemos la concepción de un archivo virtual, en la medida que nosotros no despojamos de ningún documento, los documentos quedan donde las familias, nosotros vamos, las vemos, escaneamos, conversamos con ellos, hacemos lo que en mapuche se llama nutram, que es conservación. Estamos toda una tarde hablando con la gente, hablamos sobre las fotos y las escaneamos entre medio. Finalmente todos los documentos quedan con las familias, tampoco es un archivo basado en el extractivismo documental, que nos parece igual un ejercicio profundamente violento, que es la forma en que opera el Archivo Colonial, extrayendo, despojando. Nosotros intentamos lo más posible que eso no ocurra, porque no creemos en la investigación extractivista, incluso la acusamos y vamos contra aquella metodología de investigación.
Sentimos que un archivo es importante para la configuración de una historia común, sentimos que somos un pueblo en marcha, que frente al despojo colonial nos hemos tenido que reconfigurar y transformar. Por lo tanto, evidenciar estas transformaciones es súper importante en la configuración de un pueblo en emergencia, en emergencia nacionalitaria, cómo un pueblo indígena se hace nación. Es un proceso muy duro y muy violento, pero también con muchas dignidades que hay que revelar. El archivo también tiene ese gesto, no un gesto homogeneizador, no busca homogeneizar todas las experiencias mapuche, sino también mostrar que esas experiencias son diversas y que eso quede plasmado en el archivo».
¿Qué relación ves entre fuentes documentales y movimiento mapuche?
«El movimiento mapuche, particularmente vinculado con la recuperación territorial, ha utilizado un montón la documentación vinculada con los títulos de merced. Después de la entrega de títulos de merced, los colonos siguieron quitando tierras de otros modos, tanto de formas violentas como con compras fraudulentas; no fueron procesos regulares de compraventa. Los títulos de merced se han transformado en un documento fundamental, sobre todo con el movimiento mapuche de los 80 y los 90, aquel que reivindicaba los territorios entregados por el Estado que fueron usurpados por latifundistas y colonos. Hoy ese documento no representa mucho para algunas comunidades y algunos sectores más autonomistas, en la medida que es un documento que define una territorialidad marcada por el hecho colonial, que tiene que ver precisamente con la demarcación territorial definida por el Estado; algunas comunidades están yendo mucho más allá. Están hablando de la recomposición de los Lof, y no únicamente de la reducción y de una institucionalidad mapuche que también habitaba esos Lof.
Ahora en la argumentación política yo creo que el movimiento ha utilizado muchísimo la historia; yo creo que la historia de los pueblos colonizados tiene mucho peso para fundamentar justamente la posibilidad de la libre determinación.
En particular con Santiago, yo siento que el documento no fue el articulador o motor o enunciador de encuentro para la organización. Hubo otros elementos fundamentales para desarrollar ese vínculo de pueblo, desde el apellido, hasta las historias personales, una serie de cosas que particularmente no tienen que ver con el documento. Creo que, desde una mirada esencialista para la configuración de lo mapuche, los documentos comienzan a tener relevancia en la medida que dan cuenta de una historia compleja, de violencia, abigarrada».
¿Cuál es la importancia de que un pueblo colonizado desarrolle sus propios archivos?
Claudio señala que generar un archivo implica estimular la necesaria intención unitaria de un pueblo bajo el colonialismo. Ser parte de esa estimulación por la emergencia de una nación oprimida. Y añade: «Como todo proceso genocida, este implica el borramiento del pasado, de la conciencia colectiva. Eso implica el genocidio, además de la muerte concreta. Implica también la muerte simbólica y borrar todo paso nuestro por la tierra». Y agrega: «El mismo sentido de una guerra de baja intensidad implica desmoralizar al otro, desmoralizar al enemigo, al antagonista. Y esta desmoralización pasa por que el otro no pueda reconstituir su propia historia, no pueda elaborar su destino propio, su destino colectivo. Y muchas veces ese destino está enraizado a una memoria, a una historia y el archivo tiene esa intención también».
Nos explica que su apuesta es por «archivos que buscan desmantelar la opresión, generar procesos de unificación de los oprimidos. Son archivos que se constituyen desde el propio movimiento… para intentar caracterizar de mejor manera nuestro presente y para formular estrategias y tácticas más adecuadas».
En el wallmapu[4] se resiste al reduccionismo político/territorial/cultural del latifundio forestal y agrícola. Y si aun así retumba la voz de Kilapan en un ensordecedor grito: ¡Amulepe taiñ weichan![5], los archivos afirman: ¡Hay un pueblo en marcha!
[1] Grito que da fuerza
[2] https://www.comunidadhistoriamapuche.cl/ante-terrorismo-estado-autodeterminacion/
[3] http://www.mapuchewariamew.cl/
[4] Territorio circundante, territorio originario mapuche a ambos lados de la cordillera.
[5] ¡Que siga nuestra lucha!
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