Peligrosidad y psicoanálisis: algunas aproximaciones

Claudio Morgado*

El presente trabajo tiene como objetivo exponer una reflexión en torno a la tensión entre la posición del psicoanálisis como práctica orientada hacia lo singular y ciertos rasgos incluidos dentro de la institución médico-legal, en tanto búsqueda de la universalización, vía el control. La gran diferencia que se expone entre ambas posiciones es que mientras en el psicoanálisis no se puede escapar de la responsabilidad de lo que se hace o lo que no, que tiene que ver con el acto, en la práctica orientada por lo universal se busca un ahorro de la toma de posición tanto del tratante como del paciente. Para abordar esos temas se trabajará los conceptos de peligrosidad y su pronóstico, en tanto el psicoanalista queda concernido en lo que hace con el sujeto como con la institución.

Psicoanálisis e Institución

Es frecuente, cuando un psicoanalista trabaja en instituciones, más aún cuando estas se encuentran atravesadas por el discurso médico-legal, que se le planteen algunas preguntas acerca de su práctica. A pesar de ser una consulta aparentemente simple, incluye algunas dificultades pues ha de considerar el diálogo entre lo singular del caso y los requerimientos institucionales que se orientan por lo universal. En el que pregunta se pueden aislar, básicamente, dos posiciones. La primera, más ligada a la increencia; la segunda, más cercana a la sorpresa, reconociendo que en ambas se encuentra una localización de una impotencia estructural de la aplicación del psicoanálisis en dichos contextos. Frente a este problema es conveniente tomar aquello que el mismo Freud señala en su Malestar en la cultura, donde estaría de acuerdo en situar al psicoanálisis como tarea imposible, al igual que el gobernar y el educar. Jorge Alemán[1] señala respecto de esa referencia a Freud: «Imposibles en tanto que en el ámbito mismo de dichas tareas siempre nos encontramos con un ‘en más‘, con un plus, con un resto heterogéneo que ninguno de los lazos sociales en juego pueden terminar de reabsorber. Dicho de otra manera, gobernar, educar y psicoanalizar constituyen ámbitos irreductibles a los dispositivos de evaluación que pretenden reducir el vínculo social al par: problema-solución.» La indicación de la imposibilidad no queda expuesta como impotencia de hacer algo, sino en poder estar atento al límite de las intervenciones y de las operaciones de las que se puede servir un psicoanalista para orientarse hacia la singularidad del caso[2]. El imposible viene a poner un intervalo, una distancia al par problema-solución, más aún cuando en la cuestión del problema y la solución se hace difícil situar si «el problema» corresponde al malestar de un sujeto, o bien a lo molesto que puede ser un sujeto para alguien (otro sujeto o una institución, por ejemplo). Para el analista es necesario también tener en cuenta que su campo de acción se encuentra orientado menos por las exigencias institucionales de adaptación, que por su formación, la cual es efecto de su propio análisis, el estudio de los textos psicoanalíticos y la supervisión de su práctica. Este ternario de análisis, estudio y supervisión es el que permite, llegado el caso, plantearse la pregunta acerca de cuáles son los motivos o argumentos que sustentan el tomar o no a un paciente en tratamiento, tal como lo desarrolla Marcelo Barros.[3] Sea como fuere, el analista no puede escapar de la responsabilidad vinculada a los efectos que puedan tener sus actos en el que solicita atención, esto tanto al momento de la solicitud (aceptar o no una demanda de tratamiento) como en el curso del tratamiento. Con todo, los efectos de la práctica solo se saben por los dichos del paciente, no se pueden agotar en preconcepciones del tratante.

Peligrosidad

Se localiza, con lo anterior, que hay un impasse cuando se propone que para cada problema hay una determinada solución. El concepto de peligrosidad, en su vertiente normativa de la perspectiva médico-legal, se presta bien para pensar dicho impasse. En el contexto en el que trabajo, la peligrosidad es definida como consecuencia de que alguien haya cometido un delito, y se le haya estimado irresponsable del acto criminal realizado, considerándose que puede causar algún daño, bien a sí mismo, o bien a terceras personas. Lo anterior se justifica en que esa persona tendría una enfermedad mental. Esto se sostiene mediante orden judicial, la cual indica a su vez que debe seguir tratamiento, ya sea de manera ambulatoria u hospitalizada, por un tiempo no mayor al que correspondería a la pena en caso de no tener enfermedad mental. Esto pues el sujeto no recibe una condena, sino que queda sometido a una medida de seguridad, que es una alternativa a la condena.

La peligrosidad como concepto se encuentra enmarcada dentro del discurso jurídico, sirviéndose este del orden público y de los discursos médicos, en los que se encuentran también algunos discursos «psi», para así operar sobre los sujetos. En el artículo 466 del Código Civil chileno, se dice lo siguiente: «El demente no será privado de su libertad personal, sino en los casos en que sea de temer que usando de ella se dañe a sí mismo, o cause peligro o notable incomodidad a otros. Ni podrá ser trasladado a una casa de locos, ni encerrado, ni atado, sino momentáneamente, mientras a solicitud del curador, o de cualquiera persona del pueblo, se obtiene autorización judicial para cualquiera de estas medidas». Lo peligroso queda definido entonces por la tentativa o posibilidad de daño, fundada principalmente en la referencia a haber cometido un delito y por el diagnóstico de un cuadro psiquiátrico que lo sitúe en la serie de los «dementes». Lo más interesante, de todos modos, son los efectos que tiene pensar las cosas de esta manera, pues no se toca ni de cerca la cuestión de la responsabilidad del sujeto en aquello que hizo, ya que la decisión de tal o cual medida es tomada por terceros (el juez, orientado por profesionales, familiares y un sinnúmero de otros actores), quedando muchas veces en silencio la voz de ese sujeto[4]. Hay algo de los dichos posibles de ser mencionados por quienes podemos llamar «locos criminales», que no se oye, que no tiene lugar[5]. Los discursos que emanan del orden público, de la medicina y la psicología pueden otorgar un marco que dé sentido al actuar de una persona, sin que necesariamente aborden los argumentos más íntimos que lo llevan a actuar de esa manera. El tiempo puede modificar la posición que tuvo un sujeto respecto del crimen durante el proceso judicial. El tiempo de la evaluación es distinto al que se da en un tratamiento. Pensar que se trataría de escenarios equivalentes sería en principio algo ingenuo. Sin embargo, se hace necesario ubicar los elementos que propiciaron un crimen, por ejemplo, como una solución a un problema.

Parece interesante revisar una definición de peligrosidad que incluso contraviene alguno de los puntos sostenidos en este artículo: «Pensemos que, en el fondo, la peligrosidad criminal no es más un pronóstico que, como tal, conlleva incertidumbre y, por lo tanto, puede estar errado. De manera que nunca existirá una certeza absoluta de que mediante la imposición de una medida de seguridad a un sujeto se ha asegurado al resto de la comunidad frente a su potencial lesividad criminal o se ha corregido su conducta neutralizando así dicha peligrosidad y que, de no haberlo inocuizado o corregido, ese peligro se habría materializado en una conducta delictiva.»[6] Se trata precisamente de lo que se había expuesto con Alemán más arriba, es decir, localizar un límite a la fantasía de control que se puede practicar sobre un sujeto a través de un determinado dispositivo. Yendo más lejos, plantea un problema práctio acerca de la utilidad que puede tener un tratamiento que tenga por objeto la corrección, en tanto que sobre ese punto no hay garantías.

Desde la criminología, que es una disciplina en la que confluyen saberes próximos a lo jurídico, sociológico, político, médico y psicológico, se puede decir que los abordajes del concepto de peligrosidad no se encuentran unificados en un solo paradigma. Esto sitúa la cuestión de un imposible de universalizar a nivel epiestémico, lo cual resulta fundamental de tomar en cuenta a la hora de problematizar este tema. Una de estas posturas se encuentra asociada a los aportes que puede dar la estadística, en tanto que se espera, a partir de los estudios poblacionales, establecer parámetros predictivos acerca de la peligrosidad de los sujetos, relacionando variables tales como el crimen, las condiciones sociales, morbosas o bien «enfermedades mentales», para estimar una conducta futura. El otro paradigma sitúa, más que nada, la estimación de la peligrosidad del lado del profesional y su saber respecto de un sujeto tipo, es decir, una preconcepción. Actualmente, es frecuente encontrar en publicaciones la preferencia del primer modelo por sobre el segundo. Esto tiene sus implicancias, que antes de poner en la serie habitual de las críticas al estándar que son bastante conocidas, es necesario enfatizar que aquel saber, basado en evidencias estadísticas, busca reducir la responsabilidad de quien emite una opinión profesional y con ello también cierto monto de ansiedad respecto de la difícil estimación de si alguien es o no peligroso. La segunda posición también tiene sus riesgos, en tanto que el saber del experto no lo hace, necesariamente, más responsable. La serie de conocimientos aprendidos pueden ocupar un lugar similar al que la estadística en el primero. La teoría puede funcionar como aquello que hace entrar a un sujeto en una categoría predeterminada. Entonces, tanto la estadística como la teoría pueden funcionar como defensas, como resistencias ante lo singular de un caso. Las preconcepciones, sean estas del lado de la estadística o de algún fundamento teórico, pueden operar como resistencias en la medida en que no dan espacio a que las razones individuales que lo llevaron a cometer un delito puedan contravenir los supuestos con los que un experto atiende a un sujeto. No se trata de no servirse de la información existente, sino de considerarla y ponerla en tensión en relación a un determinado caso. En eso es interesante rescatar una forma de entender la teoría que opera como contrapunto a estas dos posiciones: «Así como en Medicina ya no puede considerarse que existen enfermedades sino enfermos, en la moderna Criminología Clínica no puede considerarse que existen crímenes sino criminales; …por mucho que queramos hacer coincidir las causas, nunca encontraremos dos crímenes idénticos, siempre habrá notables factores de variabilidad de un sujeto a otro.»[7] Lo que se vuelve necesario destacar es que, en esta posición de la criminología, lo que importa es parecido a lo que en psicoanálisis se apunta con la idea del caso a caso. La apuesta por lo singular porta inevitablemente la renuncia a la tranquilidad que produce la teoría del universal.

Pronóstico

Con el concepto de peligrosidad se busca la predictibilidad de una serie de conductas que podrían ser perjudiciales para terceros o bien para el mismo sujeto. Lo central ahí es lo que se relaciona con lo que en medicina se llama pronóstico. Con el pronóstico se busca conocer los márgenes, los límites y los alcances que pueden tener las conductas de un «loco-criminal». Lo peligroso se transforma, con lo que se ha venido trabajando hasta acá, en algo parecido a la enfermedad, en donde lo que hay que prever y pronosticar son las conductas y los posibles factores que puedan involucrarse en la tentativa de daño. ¿Qué relación tiene el psicoanálisis con estos términos? El pronóstico es un concepto que si bien no le es propio al psicoanálisis, puede ser situado como un punto de preocupación más o menos constante en distintos momentos de los análisis. La cuestión se dirige, en términos operativos, a lo que se puede decir de las formas en las que un sujeto se satisface y sufre, incluso de qué forma obtiene algún tipo de ganancia cuando padece por alguna acción o situación en la que él mismo ha quedado ubicado. De eso el analista debe tener alguna idea. Ubicar estas coordenadas permite pensar algo en torno al pronóstico. Para abordar el asunto desde una perspectiva clínica podría ser útil revisar uno de los casos que Lacan entrevistó en Saint-Anne[8] a mediados de los 70, en el contexto de su «presentación de enfermos»[9]. Lacan entrevista a un hombre de 52 años que estaba hospitalizado luego de haber pasado largo tiempo en prisión –a raíz de haberse involucrado en un asesinato– y de haber estado en «libertad» una docena de años. Durante esos años de libertad fue hospitalizado en algunas ocasiones. Al momento de la entrevista, había tenido un desencadenamiento psicótico. Lacan le da mucha importancia a la mujer con la que estaba, respecto de la cual el sujeto se encontraba completamente en situación de dependencia; «…me ha dado la impresión de que está realmente aferrado a la vida… a su mujer», dice Lacan. Ante esta situación, miembros del equipo se preguntan acerca del peligro que corre la mujer de este hombre, en caso de seguir con él. Lacan responde, a partir de la entrevista y los antecedentes clínicos, que si alguien puede morir, sería, en primer término, el paciente, pues resulta factible que cometa suicidio. Es de relevancia lo que localiza, o más bien enfatiza Lacan, al decir que lo más complejo es la inclinación suicida del sujeto, antes que la homicida. Sin embargo, Lacan es cauto ante la expectativa de su diagnóstico, pues señala que lo importante será la evolución del caso.

Responsabilidad del psicoanalista con el sujeto y la Institución

Respecto de la posible relación entre peligrosidad y el psicoanálisis, se puede decir, como se ha podido ver en la línea argumentativa de este texto, que el psicoanalista puede responder respecto de la peligrosidad en tanto que dé cuenta de cuestiones bien fundamentales de las formas de sufrir y satisfacerse que tiene el sujeto; como se decía, el analista debe tener algunas ideas acerca de esos puntos. Jacques-Alain Miller, en una de sus definiciones del analista dice: «Puede decirse que es esto lo que define al psicoanalista: calcula lo que da a entender en lo que dice. Es lo que se puede llamar la interpretación»[10]. Dicha conceptualización del analista toca la cuestión de la responsabilidad del este en su acto, en tanto que a través de la interpretación toca al sujeto con sus propios dichos. La interpretación también puede estar dirigida a la Institución, en tanto tenga algún efecto sobre lo que se transmite respecto del caso. La pregunta pertinente sobre este punto es: ¿cómo se puede hacer para transmitir algo de lo singular cuando muchas veces existe, por distintas razones, un empuje a controlar la diferencia? Se trata de un tema complejo pues no hay forma estándar de abordar el asunto. Es necesario advertir que es posible hacer pasar algo de lo singular del caso, como también es factible quedar expulsado de la institución pues señalar las dificultades con lo singular de un caso puede resultar difícil de escuchar.

En relación a la responsabilidad, el analista mismo se encuentra también dividido, pues no se puede tener una completa idea del curso de las cosas; es lo que Lacan señala y advierte ante el ímpetu por saber el destino del sujeto del que hablamos más arriba. En esa dirección, ¿qué se puede decir del riesgo o incluso el peligro que toma el analista al momento de tocar cuestiones vinculadas a la idea de pronosticar al sujeto? De manera preliminar, hay un riesgo, que con matices, bien puede situarse como extensivo a la propia práctica del psicoanálisis, en tanto que este puede ubicarse tanto en el trabajo en instituciones como aquel realizado en la comodidad de la consulta. El psicoanalista no puede escapar de su acto y cuando este se encuentra trabajando en una institución, tiene la doble tarea de identificar lo singular de cómo se ubica un sujeto respecto de sus malestares, así como también transmitir esto a la institución y a quienes la componen.

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[1] Psicoanalista español, miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Se toma la cita de una entrevista titulada «El nuevo malestar en la cultura. Políticas para un sujeto dividido».

[2] Lo singular se refiere en buena medida a aquella específica manera que tiene cada cual con lo que de la vida le resulta problemático.

[3] Psicoanalista argentino que escribió el libro Psicoanálisis en el hospital, escrito del cual se rescatan algunas ideas para este artículo.

[4] Esto puede ser visto en las sentencias dictadas en relación a las medidas de seguridad, que es la herramienta legal para tratar a estas personas, en tanto que muchas veces no hay una sola palabra de lo que ellos puedan decir respecto del crimen. Se puede consultar el libro de Lois Althusser El porvenir es largo donde se expone el testimonio de alguien que reclama ser oído respecto de los actos que realizó.

[5] Esa condición de no lugar a veces no es solo condición dada por la Institución; en ocasiones es algo buscado por un sujeto, por ejemplo cuando no quiere decir los argumentos de sus actos.

[6] Tapia, Patricia. «Las medidas de seguridad. Pasado, presente y ¿futuro? de su regulación en la legislación chilena y española», recuperado en ‹http://www.politicacriminal.cl/Vol_08/n_16/Vol8N16A7.pdf›

[7] Rodriguez, L. (1979) Criminología. Editorial Porrúa. México D.F., México.

[8] Las presentaciones originales pueden encontrarse en internet, tanto español como en francés. Nos excusamos de citar pues no han sido editadas aún.

[9] La presentación de enfermos es similar a lo que en Chile se conoce como «Paso práctico» que es una herramienta utilizada en la formación de psicólogos y psiquiatras. Tiene la particularidad de ser una entrevista, realizada en hospitales generalmente, que busca generar los efectos de una sesión analítica.

[10] Miller, Jacques-Alain, (2011) «El partenaire-síntoma». Editorial Paidós, Buenos Aires Argentina, p. 10

* Psicólogo UAH. Magíster en Etnopsicología, PUCV. Psicólogo Servicio de Psiquiatría Forense y Coordinador Docente Psicología en Instituto Psiquiátrico. Profesor en cursos de Psicopatología y Psiquiatría Adultos en UAH. Miembro de ALP Chile

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