
Escuela Sindical Clotario Blest *
Es necesario avanzar al sindicato que busca alcanzar la hegemonía cultural. Avanzar a un sindicato que más que colaborar en la producción, la controla.
El sindicato es capitalismo, capitalismo es competencia, competencia es destrucción.
La noción de sindicato, hoy, responde al modelo competitivo de sociedad, y es en tal sentido un modelo capitalista de sindicato, que las más de las veces es funcional al sistema de concentración de poder y riquezas. Si queremos avanzar a superar el capitalismo, hacia modos comunitaristas de vida y hacia la verdadera emancipación de la clase trabajadora, es necesario revisar las condiciones en las que hoy hacemos sindicalismo, como primer paso.
En Chile, este ya no se mueve en la precariedad asesina de la faena salitrera, ya no es ese sindicalismo que se enfrenta a la exageración insultante de tener que conquistar el derecho a sentarse y que surge de la grosera y más evidente oposición explotador-explotado. Por el contrario, el sindicato hoy se enfrenta al amigable discurso «pro-trabajador», donde no existe conflicto. De hecho, hoy es el mismo gobierno el que promueve las escuelas sindicales. Este sindicalismo encuentra sus raíces en el período posdictadura, desarrollándose durante los pactos de los gobiernos de la Concertación que continúan con el plan laboral, un hábil plan que resguarda algunos derechos básicos, pero que bloquea todo medio de organización colectiva efectiva.
En este panorama, el trabajador chileno hoy no piensa en sindicatos y las cifras hablan por sí solas. Hoy hay menos trabajadores sindicalizados que en el período de la dictadura.
¿Cómo llegamos a esto? ¿Qué pasó con ese sindicalismo solidario, igualitario y atrevido del s. XX chileno? ¿Adónde fue la «revolución del vino tinto y la empanada» y el proyecto emancipador de la clase trabajadora que tiene como grandes figuras, entre otros, a Luis Emilio Recabarren y Clotario Blest?
Cambios en la estructura productiva, el papel geopolítico y económico de Chile en la economía capitalista global, y los resultados del golpe militar impulsado por un grupo de civiles que aún están en el congreso y el gobierno, son parte de las explicaciones.
Pero no se trata de revivir un muerto, el sindicalismo que murió con la dictadura, pues ya no están las condiciones. De lo que sí se trata es de retomar dos de sus grandes virtudes: la capacidad para ajustarse a las circunstancias del momento, que tiene como hitos a los cordones industriales, y el proyecto político y cultural, que tiene al trabajador como principal protagonista que modifica la realidad.
La dictadura a sangre y fuego implementó el actual modelo económico, que pasa del capitalismo productivo al capitalismo financiero, dando un golpe letal a ese sindicalismo clásico, cuyo núcleo de organización se encontraba en la industria.
Pero el trabajador chileno de hoy no es el trabajador de manufacturas en torno al cual ese viejo ideal sindical giraba, fácilmente encasillable en categorías marxistas. Y no se identifica con el trabajador minero que derrocha grandes cantidades de dinero. No es tampoco el trabajador europeo de sociedades más igualitarias. El desafío es mayor. Hoy nuestro sindicalismo subyugado ante el multi-rut y una fragmentación en pequeños grupos en la que pareciera ser imposible divisar ya un horizonte común tiene como eje a un trabajador rotativo, precarizado en un sistema de tercerización, con un salario a punta de bonos, lo que lo hace débil y funcional a nuestra economía de servicios. Se reconoce como subordinado y no como protagonista de una relación de poder, en la que los protagonistas –para él– son otros: los empleadores y los legisladores. Así –y muchas veces por pereza como todo ciudadano– camina de institución en institución mendigando protección, en vez de estar pensando en controlar la producción.
Es necesaria, entonces, la renovación teórica y práctica, pensar en resignificar las palabras «sindicato» y «sindicalismo», para avanzar hacia el control de la economía y el derecho; para generar y repensar los nuevos sistemas en los que se lleva a cabo la labor, como práctica emancipada ya del viejo ideal de trabajador asalariado que comienza a ser la práctica del trabajador controlador de la producción.
En este camino, la discusión entre modelos no es lo importante, pues el dominante se puede aprovecharse de muchos modelos. O aún no es lo importante.
Recuperar la plusvalía para los trabajadores sí es fundamental y ese es el primer objetivo. Luego podremos discutir sobre nuevos sistemas, ya sea que acaben en situaciones de dictadura del proletariado, la reconquista del poder popular o el comunitarismo como proyecto de sociedad. La plusvalía es precisamente la que puede colocar al trabajador en la posición de dominante. Es lo que hace que controlen y dominen los medios de producción.
Este es el nuevo sindicalismo que promovemos, un sindicalismo que apunta a recuperar no solo el poder sino la confianza, la dignidad de sentirse trabajadores. Un sindicalismo que busque hacer del trabajo un espacio legítimo de realización material y espiritual. Un sindicalismo que reestablezca al trabajador en el lugar que le corresponde: el de obrero y constructor de los sueños que inspiran un relato común. Nuestro relato común. En definitiva, un sindicalismo vivo, un sindicalismo en comunidad.
Para ello, el sindicato debe ser distinto, y la educación sindical así entendida implica no solo capacitación en habilidades negociativas, sino habilidades de articulación, (para conquistar la CUT y la negociación por rama) y de control de la producción, como se hace, por ejemplo, con el mapeo productivo. Apostamos por un sindicalismo que se organiza en torno al conocimiento del valor de la producción para controlarla, y devuelve así a los miembros del sindicato su participación como personaje activo en un engranaje que sin él no se mueve.
La educación sindical que promovemos es para construir redes y modificar las estructuras de poder mediante la comprensión y generación de nuevos espacios, trabajo de base, organización y poder de facto. Es una educación sindical con énfasis en la historia que ayuda a comprender el papel que juega el trabajador y la trabajadora de Chile en la economía globalizada. Es un sindicalismo que lucha bajo un solo estandarte, por encima de partidos, gobiernos y leyes.
Para nosotros la consigna es clara: avanzar del sindicato que pide beneficios al sindicato que logra bienestar. Avanzar del sindicato que solamente acumula poder para negociar y competir, al sindicato que busca alcanzar la hegemonía cultural. A un sindicato que más que colaborar en la producción, la controla.
Vamos viendo así que el desastre bíblico que vaticinan los poderosos en nuestro país con la idea de que sin empresarios no hay empleo, olvida que la verdad es precisamente lo contrario: sin trabajadores no hay empresas.
En suma, proponemos un sindicalismo de bases, un movimiento cultural.
*La Escuela Sindical Clotario Blest nace en el año 2009, de la mano de estudiantes de Derecho y Pedagogía de la Universidad Alberto Hurtado. Ofrece cursos anuales para trabajadoras y trabajadores, en materias de ciencias sociales, derecho laboral y estrategias para la acumulación de poder en la acción sindical. La redacción de este artículo fue un trabajo colectivo y en él participaron Alden Díaz, Simón González, Juanjo Martínez, Daniela Riffo y Enrique Zúñiga.
www.escuelaclotarioblest.org
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