
Por Rosario Carmona*
Durante las última décadas, la Región Metropolitana se ha abierto a la cultura mapuche. Progresivamente, aquella población que migró durante todo el siglo XX proveniente del sur ha posicionado su cultura y revertido la invisibilización que intentó adormecerla. Poco a poco, distintas comunas han dado paso a reconocer su interculturalidad, generando espacios para la aparición de rukas que, tomando como referente la vivienda de carácter ancestral, nos demuestran a todos los santiaguinos que otras maneras de vivir la ciudad son factibles. Insertas en el devenir metropolitano, estos espacios son capaces de trasladarnos a otro lugar, más lejos del estrés de la ciudad y más cerca de la calma del sur, en donde es posible adentrarse en aquella cultura que, más allá de todas las dificultades, sigue presente y tiene mucho que enseñarle a la sociedad.
Con Rufián nos acercamos a la ruka de la asociación Kiñe Pu Liwen en la comuna de La Pintana. Construida hace más de diez años, este espacio se ha consolidado como un lugar de transmisión de la cultura y espiritualidad mapuche en la región. Gracias al trabajo desarrollado por la familia Cheuquepan actualmente en la ruka se desarrollan diversas actividades que congregan a personas provenientes de diversos sectores, mapuche y chilenos, niños y adultos, académicos y funcionarios públicos, en torno a la cultura mapuche y la reflexión sobre cómo construir una sociedad efectivamente intercultural. Transformándose en un referente de autogestión y trabajo colaborativo, esta experiencia ha servido de modelo en otras comunas. Osvaldo Cheuquepan, reconocido rukafe, ya ha apoyado la construcción de muchas otras rukas, mientras Graciela y Juana trabajan día a día en torno a la cultura, propiciando mejores condiciones para la salud, la educación y la participación. Esta vez Graciela, educadora y amante de las plantas, nos abrió las puertas.
R: Cuéntame cómo surge la idea de construir una ruka.
G: Al principio, cuando nos organizamos para dar a conocer la cultura mapuche, no teníamos un espacio propio, andábamos siempre pidiendo a la junta de vecinos, a la municipalidad, que nos prestaran un espacio para hacer reuniones. A veces nos juntábamos en la casa de mi mamá y los vecinos se enojaban porque algunos lagmen tocaban trutuka, kultrung, decían “ya empezaron los indios”, y cosas así. Nosotros fuimos de los fundadores de esta villa, y desde que llegamos este terreno estuvo siempre botado, no se usaba. Se usó como multicancha un tiempo y luego no. En el 2000 se empezó a gestionar su solicitud, para ocupar este espacio como una sede y de repente surge la idea, «podríamos hacer una ruka«. En el 2002 nos salió el proyecto de la ruka, para tener nuestro espacio, donde nosotros nos pudiéramos juntar y hacer nuestras actividades y dar a conocer la casa mapuche, la cultura mapuche. Con el tiempo nos fuimos dando cuenta de que podíamos abarcar muchas cosas más. No solamente el palin, el we tripantü, el nguillatun; habían otras cosas que nosotros como mapuches podíamos dar a conocer. Así surgió el tema de educación, salieron encuentros, ahora se está trabajando la salud también.
R: ¿Y antes que se construyera la ruka celebraban nguillatun y we tripantü aquí en Santiago?
G: Sí, cuando no teníamos sede celebrábamos we tripantü en la junta de vecinos. Ahí nos pasaban un saloncito y nos juntábamos. Había un jardín circular y ahí hacíamos la ceremonia. Pero se nos achicaba mucho porque venía mucha gente. También, aquí en la comuna se hace un nguillatun comunal en noviembre por parte del municipio y la Oficina de Asuntos Indígenas, y participábamos, también nos invitaban de otras comunas. Y en mi casa, mi mamá siempre para el 24 de junio hacía una comida especial, hacía sopaipillas, catutos, un guiso de patitas de vaca con cebollita, quedaba muy rico. Mi mamá decía que nunca se podía olvidar esa fecha porque ella lo vivió, mis abuelos también hacían eso, nunca se pasó, siempre se hacía algo. Era el único santo que se celebraba: San Juan, era un santo especial. A la Juana mi papá siempre le regalaba cosas, una pailita, unos collares, todavía tiene una pailita que mi papá le regaló, es la regalona de todos. Después, cuando nos organizamos, dijimos “ya, vamos a celebrar el we tripantü”. Qué es lo que era el we tripantü. Mi mamá decía que se hacían estas cosas, se juntaba la familia, se tocaban instrumentos, se contaban cuentos o se hacían actividades que se empezaron a retomar. En una de esas actividades a mi hija mayor, que nació el 24 de junio, mi mamá y mi hermana le abrieron la orejita, mi hermano tocaba trutruka, mi mamá el kultrung, mi marido la pifilca y mi hermana le abrió la orejita. Nunca se dejó pasar esa parte cultural.
R: Tu mamá tenía el rol de recordar y transmitir.
G: Sí, mi mamá era la que se encargaba de recordar y hacer lo que ella vivió en su juventud, lo que hacían mis abuelos. Y ahí nosotros empezamos a retomar. Participaban todas las niñitas, ahora están todas grandes, están en diferentes actividades pero ellas crecieron dentro de la organización. Tienen mucho conocimiento.
R: Y para gestionar este espacio, que es en comodato, ¿tuvieron que acercarse al alcalde, negociar con el municipio?
G: Sí, estuvimos dos años peleando por este espacio. Sacábamos fotos cuando se limpiaba y después cuando estaba sucio hablábamos con el alcalde, le decíamos “mire ese terreno, por qué no se nos cede para ocuparlo en algo que sea productivo, beneficioso para mantener el espacio acá”. Y él decía que no, porque no pertenecía a la municipalidad, que le pertenecía a Serviu. Íbamos al Serviu, hacíamos las mismas gestiones y nos decían lo mismo, que no les pertenecía a ellos, que pertenecía a la municipalidad. Hasta que en el 2001 la presidenta de la junta de vecinos, que tiene su sede al lado, aburrida de tanto limpiar acá, cansada de pagar la limpieza, dijo “no, ya estoy chata”. Fue al Serviu y le dijeron allá que este terreno le pertenecía a una persona particular, una persona que desapareció para el golpe y nunca ha aparecido. Y esta villa, cuando se entregó, incluía la sede de la junta de vecinos y la posibilidad de ocupar los espacios desocupados, autónomos del alcalde. Entonces ella, como presidenta de la junta, adquirió la facultad de ceder el terreno a la comunidad, para una organización o uso social, por lo que nos cedió este terreno en comodato por 50 años.
R: Y después de eso, ¿se acercaron al municipio para conseguir apoyo?
G: Cuando nos dieron el comodato este sitio no tenía nada: alcantarillado, luz eléctrica, iluminación. Fuimos al departamento de obras para que nos dieran el número de este terreno y poder gestionar la luz y el agua. Entonces, ahí el alcalde se enteró que el terreno se nos había facilitado en comodato. Para la construcción de la ruka, igual tuvimos que ir a obras para que ellos nos indicaran dónde podíamos construir, pero nos dijeron que no era necesario porque era de material ligero. No tuvimos ningún problema con el municipio, nunca nos han puesto obstáculos. Pero cuando la gente comenzó a ver que limpiábamos, teníamos la reja, que habíamos hecho varios cambios y que se estaban haciendo cosas, todos querían tener este espacio. Llegaron clubes deportivos, clubes de personas, de adultos mayores, demandando este espacio para construir su sede. El alcalde en la comuna ha dado comodatos, a clubes deportivos, del adulto mayor, de repente se los dan por dos años y en dos años estos no son capaces de poner un cierre de madera, entonces se los quitan. A nosotros nos dieron el comodato por cinco años, renovable automáticamente según el proceso que tuviera. Al construir la ruka ya teníamos un avance, hicimos el cierre perimetral, pusimos la luz eléctrica, conseguimos que el alcalde gestionara el alcantarillado entonces con eso, cuando se fue a renovar, se le dio al tiro 50 años.
Yo creo que no alcanzaremos a estar los 50 años
R: ¿Tú crees que no van a estar aquí en 50 años más?
G: ¡Vamos a estar muy viejitas!
R: Pero estarán otros mapuche.
G: Sí, otros sí, porque nosotros queremos volvernos al sur.
R: Echan de menos la vida del sur, ¿la ruka puede alivianar un poco ese extrañamiento?
G: Sí, tú entras acá a un espacio chiquito del sur. Por ejemplo, en el rewe están los arbolitos más grandes. De repente viene mi mamá y decimos que estar en ese espacio es como estar en el sur. Acá también, a pesar que de repente hay ruidos, estos arbolitos hacen que el ambiente sea de otro. Cuando yo era chiquitita mi abuelo me llevaba al bosque y uno veía los árboles tan gigantes… acá, en esa esquina de allá, hay unos árboles que crecieron muy altos y yo digo “es como cuando era chica y miraba al cielo y veía el sol pasando por la ramas”. Las chiquillas me dicen “mamá, se siente hasta el olor de allá”. El aromo, por ejemplo, cuando está florecido sientes ese olorcito al entrar aquí. En el sur hay mucho aromo. Me acuerdo que por la tierra de mi abuelo había una calle bien grande y por los dos lados, aromos. Y ese olorcito de la flor queda tan impregnado que nunca se borra.
R: La primera vez que estuve acá, para el nguillatun del año 2012, sentí eso, llovía, ¿te acuerdas? Me cuerdo que el día domingo estábamos cocinando a leña, sentados en el pasto, y la sensación era la de estar en el sur. Eso es lo que más me llamó la atención de este lugar, sentir que uno está en una especie de isla en la ciudad.
G: Claro, este pedacito, cuando viene la gente dice que es un cambio tan fuerte, es otro mundo. Al salir cambia todo. Igual nosotros tratamos de que sea así, tenemos choclos, árboles, el olor a las hierbas que plantamos por todas partes.
R: Acá puedes tener tu huerta, tu casa también.
G: Tengo harto lawen en mi huerto, trabajamos la tierra. Antes vivía en Maipú, pero trasladarse era difícil porque es lejos. Nos veníamos el día viernes y nos devolvíamos el domingo, llegábamos cansados. En al año 2000 yo me enfermé mucho y eso determinó que nos viniéramos a estar más cerca de la familia. Cuando salió el terreno en comodato, decidimos venirnos para así cuidar el sitio. Me acuerdo que la primera noche que limpiamos, mucha gente de la villa nos acompañó y ayudó. Mi marido trajo la casita que había construido en Maipú y la instalamos. Mis papás venían todos los días a acompañarme, a limpiar, ordenar. A mí me daba miedo quedarme sola, al principio no había ni reja, le dije a mi hermano Osvaldo que se viniera y la organización aceptó. Ahora vivimos las dos familias acá. Yo estoy adelante así puedo recibir a la gente, soy la portera.
R: Una vez Juana me dijo algo que me pareció fundamental sobre la ruka, me señaló que este es su lugar de autodeterminación, ¿para ti también lo es?
G: También. En este espacio nos sentimos como mapuche de verdad; puedes hacer, hablar, lo que quieras, cosas que no puedo hacer tan fácil afuera, como bailar purrun. Yo, saliendo de acá ya soy otra cosa, acá te sientes parte de este espacio. Incluso en otras rukas mi piuke no es el mismo, porque ahí yo no hice nada, acá pusimos el alma, pusimos todo el kimun, eso le da otra fuerza, otra energía. Acá trabajo mi huerto, cultivo verduras, limpio la tierra.
R: ¿Y tú cómo aprendiste a trabajar la tierra?
G: Como estuve 10 años con mi abuelo en el sur, luego, cuando llegamos acá, mi papá también sembraba en la casa, arvejas, choclos. Mi papá nos mandaba a la feria a buscar caca de caballo, él lo mezclaba con la tierra. Mi mamá criaba patos. Pero los vecinos después reclamaron, es complicado vivir así. Acá podemos tener pollos.
R: ¿Qué actividades culturales realizan?
G: Bueno, el we tripantü siempre tiene que estar, el nguillatun lo hacemos cada dos años, todos los años hacemos una feria cultural con distintos hermanos. También realizamos palin, a pesar de que ahora se ha distorsionado mucho, es un juego de competir, no es el que se jugaba antiguamente, un juego de amistad. Nosotros tratamos que sea a la antigua, aunque nos cuesta porque los lagmen llegan con camisetas, rodilleras, les falta ponerse casco.
R: Me contabas que cuando comenzaron a realizar actividades acá se fueron dando cuenta de que tenían otras cosas que difundir.
G: Aparte de esa necesidad, de ese conocimiento que nosotros teníamos, pensamos que podíamos entregárselo a los niños. Acá cerca tenemos dos colegios. El colegio Mariano Latorre, que nosotros lo inauguramos cuando llegamos, y por el otro lado, en la otra cuadra, el colegio Violeta Parra. Cuando los niños de ambos colegios pasaban y veían la ruka decían “mira, ahí viven los indios”. Por desconocimiento. Entonces nos preguntamos cómo podíamos trabajar eso, qué podíamos hacer. No sabíamos nada, cómo podíamos intervenir en los colegios. Pero cuando se inauguró la ruka vinieron los profesores, invitamos al alcalde, vinieron directores. Y todavía quedaban profesores que nos habían hecho clases a nosotros. Esos profesores nos preguntaron si podíamos recibir niños. Dijimos que sí, pero no sabíamos cómo íbamos a trabajar con los niños. Pensamos que vinieran a ver la ruka, explicarles por qué existía. Un día la Juana, que trabajaba en la municipalidad como secretaria, me dijo “va a venir la profesora Mireya con sus niños, recíbelos”. Yo les mostré todo lo que teníamos dentro de la ruka y fue todo tan normal. Les expliqué y quedé admirada porque desperté todo lo que había visto y había aprendido con mi abuelo. La profesora le pasó la información a otra profesora, y esa otra profesora vino y así fue como empezaron a llegar los colegios. Con mi hermana dijimos “tenemos que trabajar con los niños”. Y desde entonces recibimos a todos los colegios. A principios del 2004, nos visitó una profesora, Patricia Gómez, pareja del historiador Pablo Marimán. Ella fue profesora cinco años en Ercilla y nos contó que el tema de la educación intercultural se estaba trabajando fuerte. Empezó a traer a sus alumnos, con los apoderados. Se hicieron encuentros, el último se hizo con los directores y profesores de los colegios. Hablamos que era importante que los niños conocieran sus raíces, el significado de los lonkos, de las machis. Ahí, yo quedé tan sorprendida con el desconocimiento de los profesores, con tanto adelanto no sabían nada. Una profesora dijo, “pucha, yo no sabía que venía a esto, no me interesa, para qué le va a servir a los niños conocer las raíces. Yo venía acá a comer cosas ricas”, a eso venía ella a la reunión. Y eso no se olvida nunca. Se hizo ese encuentro y decidimos ir a hablar con el alcalde y como la Juani estaba trabajando en la municipalidad pidió una hora a nombre de la organización. En ese tiempo había otro presidente en la organización, pero fuimos la Juani, la Paty y yo y convencimos al alcalde. El alcalde aceptó que trabajáramos el tema en los colegios y contrató a la Paty en el departamento de educación del municipio. Yo fui al primer colegio, al Violeta Parra, a fines del 2005 y justo una niña que estaba haciendo su tesis en educación intercultural entró a trabajar también en ese momento, nos complementamos, ella como profesora y yo como educadora tradicional que conocía la cultura. Ella me ayudaba a hacer la planificación y yo le enseñaba también. Fue tan bonito lo que hicimos, aunque nos costó mucho, yo ahí me tiré nomás a los leones sin saber. Me acuerdo que a fines de noviembre teníamos que hacer una muestra pedagógica y yo guiaba la parte cultural y salió tan bonito, todas las mamás que fueron a esa actividad se consiguieron un chamall, aparecieron señoras mapuche con la vestimenta completa, estaban súper agradecidas. Costó, pero cuando uno va con la buena vibra, con la buena onda, se logran las cosas.
R: ¿Cuánto tiempo estuviste yendo a colegios?
G: Estuve siete años.
R: Y también reciben niños acá en la ruka, ¿se hacen talleres de mapudungun?
G: No hacemos talleres de mapudungun. Solamente en el rato que vienen los niños se les habla con ciertas palabras que ellos después pueden memorizar, como el saludo, decir mamá, así llegan a sus casas diciendo “mari mari ñuke”. Cuesta, pero los chicos tienen mejor memoria y se acuerdan. Los niños vienen por una jornada toda la mañana, ahí se hacen diferentes actividades, de artesanía, cocina, palin, ahí ellos en la práctica van aprendiendo. Y vienen niños de todas las comunas, hasta estudiantes extranjeros.
R: ¿Y cómo fueron introduciendo los temas de salud?
G: Cuando se inauguró la ruka la gente nos decía “yo pensaba que había machi”. Quisimos traer una machi del sur, hicimos un proyecto que no se pudo concretar porque aquí en La Pintana ya había un proyecto de salud financiado por la embajada de Canadá a través de la municipalidad; no podía haber dos proyectos así. Pero yo participé como facilitadora en ese proyecto, que incluyó a todas las organizaciones. Me tocó aprender sobre las hierbas, a procesarlas. Y estuve una semana recorriendo toda la comuna identificando a la población mapuche, conocí a muchos hermanos y de repente me alegraba y otras me daba pena, porque alguna lagmen no se reconocía, solo decía que “su abuelita era mapuche”, le daba vergüenza. Una vez me tocó ir al Consultorio San Rafael, donde llegó un hermano mapuche muy deprimido, me explicó que tenía una enfermedad que la gente miraba muy mal, como tener la lepra, le daba mucha vergüenza. Él estaba contagiado de Sida, nosotros no sabíamos mucho sobre esa enfermedad, pero me dio mucha pena lo que me contó, él tenía un negocio y ya nadie entraba a comprarle. Él quería saber qué ayuda daba la Conadi en estos casos y para conversar lo invité a la ruka, aunque no llegó nos dejó pensando. Luego el 2006 vino la Universidad Católica con el programa Mano a Mano, impartiendo talleres sobre ETS, dirigidos a mujeres y hombres mapuche, estos permitieron que se hable con menos tapujos el tema, antes daba más vergüenza.
R: Y ahí decidieron ustedes como organización trabajar talleres de prevención de ETS con población indígena
G: Sí, hemos tenido hartas experiencias. Han venido lagmen del sur, participan médicos, les explicamos y difundimos el tema a través de folletos, entregamos preservativos. Ese ha sido nuestro aporte a la sociedad, que se abra el tema, que se terminen los prejuicios. También trabajamos en torno a temas de homosexualidad, una vez hicimos un encuentro de epu pillan, podríamos decir, persona con dos almas. Tenemos hermanos que son epu pillan, pero a veces no lo reconocen, hemos apoyado procesos para que ellos puedan reconocerlo a sus familias, socialmente. Yo siempre digo, esta ruka es abierta al tema, no le cerramos la puerta a nadie, hasta la papai participa. A veces nuestros hermanos son cerrados, algunos lagmen dicen que esta es una enfermedad de winka, pero nosotros conocemos hermanos que han muerto, ¿por qué negarlo y no ayudar?, ¿por qué no prestar apoyo espiritual? Una persona enferma, más con una sociedad que discrimina, ¿por qué le damos la espalda? Yo creo que hay que ayudar, y no solo a los mapuche, sino a los hermanos indígenas de otros países también. El 2010 tuvimos un encuentro en Lautaro con hermanos de toda América Latina y la situación en otros países es similar, se piensa que la sangre indígena es mucho más fuerte. Es verdad, lo fue, siglos atrás, pero ahora estamos todos fusionados, ya no quedan mapuche puros puros.
R: Y con respecto a esa vergüenza de ser mapuche que percibiste acá en la comuna cuando fuiste facilitadora, ¿crees que la ruka ha influido en que otros lagmen la superen y sientan más orgullo por su identidad?
G: Sí. Sobre todo, los niños, que se sienten importantes al conocer el significado de su apellido, de dónde vienen, qué significa ser mapuche. Al principio estaban con la cabeza gacha, también por lo que le transmiten los papás, pero ya no sienten vergüenza.
R: ¿Y se acerca mucha gente a conocer sobre la cultura?
G: Sí, cuando trabajábamos en los colegios teníamos lleno acá de chiquillas, que también nos ayudaban. Viene mucha gente a hacer investigaciones, tesis, entrevistas.
R: Es decir, también contribuyen de manera colaborativa con el mundo académico.
G: Claro. El único requisito es que después nos dejen una copia. De todos, tengo dos, tres, de repente da lata. Por eso algunos lagmen en otras organizaciones cobran, a mí eso me da cosa, yo lo que quiero es que esto quede escrito, que algún día se lea, se conozca lo que hacemos los mapuche. Todo lo que uno cuenta es porque uno lo vive, no porque lo hayamos leído por ahí; es una fuente de conocimiento. Toda nuestra historia, lo que padecimos al no contar con tierras suficientes y al llegar acá a Santiago, nuestro cambio social, el trabajo que ha implicado. Para mí, este espacio, aunque no es tanto, es gigante.
R: Me imagino que otros lagmen que quieren construir rukas acuden a ustedes para que los orienten en este proceso
G: Claro, el negro (Osvaldo) también apoya, las construye con alma, no es como construir una casa cualquiera, pone su kimun ahí.
R: Actualmente hay muchas rukas en Santiago, más de 20, ¿cuál crees que es la importancia que tiene este proceso?
G: Yo me alegro cuando se construye ruka. Yo creo que cada vez que se para una ruka, es un espacio que estamos ganando en Santiago. Por una parte, yo lo encuentro muy bueno, pero debemos ver qué utilidad se le da, porque no sacamos nada con construir una ruka si solamente la vamos a tener de pantalla, porque la ruka también es vida. Si tú haces una ruka y la dejas ahí, la ruka queda sin alma, no tiene espíritu, no tiene fuerza. Así pasaba con una ruka que conocí, que se construyó el 2004, pero luego se abandonó, cuando yo la visité sentí que me hablaba, me decía que estaba sola, triste, tal como una persona, se lo comenté a mi hija y ella percibió lo mismo. El mapuche tiene una conexión con ciertas cosas que le permite sentir ese tipo de cosas. Por eso yo siempre digo “está bien, ganemos un espacio”, pero hay que darle el uso que se merece para que la ruka tenga vida, que no sea para la foto, porque la ruka es newen.
Palabras
catuto: o mültrün, pan de trigo molido
chamall: vestido típico mapuche
epu pillan: epu: dos; pillan: espíritu
kimun: conocimiento, sabiduría
kultrung: instrumento de percusión
lagmen: hermana, hermano
lawen: remedio (yerba)
lonko: cabeza, jefe
machi: entidad religiosa, consejera y protectora del pueblo mapuche
mari mari: hola, saludo
newen: fuerza
nguillatun: rogativa
ñuke: madre
palin: juego mapuche, conocido como chueca
papai: nombre cariñoso para madre, anciana
purrun: baile
piuke: corazón
ruka: casa
rukafe: quien construye rukas
rewe: sagrado, totémico y espigado tronco escalonado
trutruka: instrumento musical de viento
we tripantü: solsticio de invierno conocido como el «año nuevo mapuche»
winka: persona no mapuche
* Equipo Rufián Revista
Para citar este artículo:
Carmona, R. (2015). Kiñe pu liwen. Rufián Revista, 22 (1). Recuperado desde: www.rufianrevista.org
Comentarios
Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
Realmente excelentes las referencias citadas en la entrevista. Se agradece. Se tocan varios temas suscitados -tal como la conocida magdalena de Proust- por las ruka. Varias cosas me llamaron la atención; otras me emocionaron, sobre todo ese saboreo corporal que les brinda el espacio de las ruka («estos arbolitos hacen que el ambiente sea otro»), en tanto espacio de búsqueda – y recuperación y producción- del tiempo perdido, lejos de las comunidades rurales.
Igualmente, me dejó pensando la posibilidad de indagar y profundizar -algo así como- una antropología del habitar desde la perspectiva de los mapuche urbanos en Santiago a través de las ruka. La profusión de prácticas que cita la entrevistada es impresionante; el repertorio va desde lo más cliché (como el ngillatun y otros ritos) al trabajo relacionado con salud sexual, pasando por un sinnúmero de otros usos. Compárese esa riqueza de prácticas con los -comparativamente- pobres usos chilenos a sus moradas e, incluso, con las mismísimas rukas ubicadas en las comunidades de los territorios ancestrales, muchas de las cuales se centran en un uso eminentemente turístico, destinado a satisfacer santiaguinos deseosos de consumir alteridad. Por último, una duda de curioso: en la foto de la izquierda -de las dos ubicadas en el medio- hay una máscara mapuche, denominada kollon; quién la hizo, por qué, para qué, etc (en caso que se pueda referir la información, claro.).
Felicitaciones por la estupenda entrevista.
Mari mari lamgen Benno
Primero agradecer el comentario acerca la entrevista de mi lamgen (hermana), en relación a nuestras prácticas culturales que realizamos en nuestro espacio, como se ha dado cuenta las diferentes actividades, que nos permite difundir nuestra costumbre. Sabia Ud. que vivir y practicar la cultura Mapuche en la ciudad, es muy compleja, dado que estamos rodeadas de ruidos de los avances tecnológicos. De acuerdo a la pregunta que nos deja, quiero responder. Bien hay kollon, pero no solo uno, tenemos 3 kollones, están porque son útil en las ceremonias en especial para el nguillatum
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