Histeria y feminidad en la época actual

José Luis Obaid*

El nacimiento del psicoanálisis no podría ser entendido sin su referencia al discurso histérico y lo que a este debe. Freud no solo fue conducido por los relatos de sus histéricas, sino que a la vez fue engañado por los mismos, creyendo poder encontrar allí las respuestas al enigma de lo femenino. De ahí la pregunta abierta e inmortalizada: ¿qué quiere una mujer?

En su estilo, Lacan no retrocede ante la pregunta. Destacará la afinidad de los síntomas histéricos con la Época, intencionando el carácter hystórico de los mismos. Y siendo la histeria un modo de funcionamiento neurótico, formalizará desde una perspectiva lógica la distinción de esta con el modo de funcionamiento, más bien de goce, de la lógica femenina.

Tomando como referencia algunos rasgos del discurso actual de época, ¿qué posibilidad hay para el lazo amoroso en aquellas mujeres tomadas por el discurso histérico?

Los antecedentes

En el año 1895, Sigmund Freud y Josef Breuer publican el clásico libro Estudios sobre la Histeria. Serán las observaciones recogidas por Breuer en el tratamiento de la afamada Anna O. las que darán fundamento a dicha publicación. Aproximadamente 40 años más tarde, Jacques Lacan escribirá su célebre tesis titulada De la psicosis paranoica y su relación con la personalidad, texto que se apoya en las observaciones que este recogerá en las entrevistas con una mujer llamada Aimée.

El encuentro con la mujer, al menos lo que el registro civil nomina como mujer a partir de la diferencia anatómica, no es una novedad para el psicoanálisis. Más bien, el nacimiento y posterior desarrollo de la disciplina se encuentran íntimamente relacionados no solo con dichos encuentros, sino también con los desencuentros, los avatares y el devenir de la mujer y el ser femenino.

Tanto así que la pregunta ¿qué quiere una mujer? será inmortalizada por Freud, al finalizar su enseñanza, testimoniando la impotencia del saber, de un saber totalizante tan propio de la época actual, frente a lo inconmensurable del Otro sexo, como lo llamara Lacan.

Ahora bien, la histeria como diagnóstico estructural no le pertenece al psicoanálisis y tampoco a la psiquiatría como especialidad. Hipócrates, médico de la Antigua Grecia, llamará histeria a ciertos síntomas –sofocación y convulsiones, por ejemplo– padecidos por mujeres bajo la creencia de que sería el útero un órgano móvil que, deambulando por el cuerpo femenino, provocaría dichas aflicciones. Los avances propios de la investigación freudiana ayudaron a aclarar, en parte, que la causa de la histeria no debía sus orígenes al deambular del útero, pero sin que por ello el sentido común deje de asociar, a veces de manera peyorativa, la histeria con las mujeres; avalado a la vez por un saber etimológico en donde hister, en griego, significa útero.

La evidencia clínica también tiene algo que decir, pues los analistas podrán testimoniar del número no menor de mujeres que en la actualidad se dirigen a las consultas, consultorios, centros médicos y hospitales para tratar la serie de malestares que las aquejan. Es sabido que las mujeres, a diferencia de los hombres, parecieran contar con una mayor disposición a consultar por su padecer, incluso una mayor disposición a dirigir la queja respecto de su padecer. Posición de poca afinidad con los semblantes retrógrados de la virilidad y la masculinidad. Destacando que en nuestra época esto pareciera invertirse en la medida que con mayor frecuencia los hombres también se sienten convocados a articular su propia queja en relación a los conflictos que deben soportar.

De los motivos de consulta más frecuentes hoy en día, de aquellas anatómicamente mujeres y a las cuales se diagnostica estructuralmente como histéricas, con miras a la dirección del tratamiento, dicen relación con las dificultades para establecer un lazo amoroso con un otro. La dificultad para establecer relaciones de pareja relativamente “estables” más allá de los encuentros furtivos que el mercado oferta y facilita: “… ni pensar en el amor…”, decía una paciente.

El perfil es más o menos definido, hasta la caricatura incluso. Mujeres entre los 25 y 40 años, independientes económicamente, con estudios especializados y exitosas en el ámbito laboral, que vuelven a actualizar esa pregunta histórica sobre ¿qué quiere la mujer?, pues si a pesar de aquellos logros la insatisfacción sigue perturbando, se puede pensar que las modalidades de respuesta que la época demanda no han logrado descifrar el enigma de lo femenino.

Con Freud

Podemos señalar con claridad que el callejón sin salida al que Freud llega en su abordaje de la feminidad dice relación con haber creído que escuchando a las histéricas de su época encontraría la respuesta. En primera instancia se pierde y confunde en la tesis de una seducción generalizada por parte de los padres de sus pacientes a estas, es decir, la posibilidad y al mismo tiempo la imposibilidad de una perversión generalizada presente en las figuras paternas que no habrían hecho más que seducir a sus hijas. De ahí que derive, en un segundo momento, en la tesis de las fantasías de seducción de sus pacientes por parte de sus padres y que pesquisara en los relatos de estas. Fantasías de seducción que son elevadas al concepto de fantasías propiamente tales y que recorren gran parte de su obra convirtiéndose en un elemento central. Será, en lo que podríamos llamar un tercer momento, la referencia edípica la que le proporciona las bases estructurales sobre las que se orienta para intentar responder al devenir hombre y el devenir mujer respectivamente.

Sin entrar en un desarrollo acabado del Edipo freudiano, podemos indicar que este cuenta con el defecto de estar sostenido por una prevalencia de la lógica imaginaria, pues la serie de identificaciones dialécticas que allí son descritas y que darán origen a la posición masculina y/o femenina respectivamente, incorpora de base la diferencia anatómica como causa del complejo de castración. Es decir, el temor a perderlo para el hombre y la envidia del órgano para la mujer, serían el resorte castratorio que empuja al sujeto a las soluciones posibles frente a ello.

A partir de dicha conceptualización no cabe duda del por qué la reacción airada, no sin justificación desde esta perspectiva, de los movimientos feministas en contra de Freud y del psicoanálisis, ya que vieron allí una degradación del “género” femenino, al estar este definido nada más que en relación al falo, a la envidia fálica.

Con Lacan

Lacan no retrocederá ante la pregunta y el enigma de lo femenino. Para ello contará con la interlocución de varios intelectuales reunidos en un momento histórico. Levy Strauss y Ferdinand de Saussure serán el apoyo para los desarrollos de su teoría del significante, reubicando la función de lo simbólico como campo ineludible en el abordaje del inconsciente. De ahí la premisa que atravesará como una constante su obra: “el inconsciente está estructurado como lenguaje”. Pasará por Hegel y sus más audaces comentadores –Koyré y Koyeve– para arribar a la topología, la lógica y la teoría de conjuntos, las que le permitirán formalizar de manera más fina sus tres registros: real, simbólico e imaginario.

Operador conceptual imprescindible en la obra de Lacan al hablar de las posiciones sexuales, hombre y mujer, resulta ser el falo. Habiendo ya realizado la distinción de los tres registros, cuenta con los elementos para una formalización más allá del eje imaginario, es decir, más allá del determinismo anatómico.

El sujeto lacaniano, lejos de cualquier alusión a lo subjetivo, constata que al ser precedido por el lenguaje se encuentra tomado de él. El lenguaje actúa sobre el cuerpo viviente, un cuerpo que goza en lo natural. Dicho goce será sustraído del cuerpo por la acción del lenguaje, quedando una parte de él cifrado en los significantes que el hablante-ser porta, pero sin que ello se traduzca en un reduccionismo o un determinismo, pues el goce viviente, el goce natural, se manifiesta como irreductible a la acción del significante. La condición de goce quedará así trastocada para el sujeto que habla materializándose como inconsciente.

La función fálica no será más que la entrada del sujeto en lo simbólico, la entrada en lo simbólico a partir de una falta por el goce sustraído. La puesta en marcha del simbolismo y los objetos que intenta cernir para recuperar algo del goce perdido. La primacía del no hay metalenguaje en el inconsciente testimonia la imposibilidad de reducir por entero dicho goce o intentar recuperarlo por entero. Frente a esa imposibilidad, el síntoma aparece en escena como solución contingente y posible a dicho impasse. Síntoma que dependiendo de su toxicidad o su grado de malestar dará paso a la neurosis, obsesiva u histérica, según este se ubique en el pensamiento para una o en el cuerpo para la otra.

Forzando un poco las cosas, podremos decir, con Lacan, que la neurosis como estructura no es más que una modalidad de respuesta fálica al goce irreductible, al goce perdido.

Actualidad

Lacan lo indica con claridad, al dar cuenta de una curiosa y particular copulación dada en la época actual. Nos enfrentamos al encuentro brutal del discurso de la ciencia y el discurso del capital junto a sus efectos.

Resultan ser dos modos, por momentos inseparables y de actuar conjunto, para operar sobre lo real, es decir sobre el goce imposible. Por un lado la ciencia en su producción incesante de saber, un saber totalizante, un todo saber, que no deja margen ni posibilidad de emergencia de un saber más singular para cada sujeto. El capital, por otro lado, en la producción despiadada de objetos de consumo, de instrumentos en donde el cuerpo no sólo queda instrumentalizado sino que a la vez pasa a ser un instrumento más en la serie de los mismos y que, como resultado, detenta la homogenización esclavizante del modo en que cada quien goza.

El marketing y sus artilugios estadísticos funcionan como bisagra para el encuentro desafortunado entre la ciencia y el capital y los horrores a los que puede conducir en un sin límite que la clínica psicoanalítica muchas veces testimonia.

Lacan hablaba de hystóricos para dar cuenta de la adecuación del síntoma histérico con la época, es decir lo histórico que presenta como rasgo el síntoma histérico. Y en una época como la nuestra en donde el culto y la sobrevaloración del cuerpo pareciesen regir, la histeria encuentra el fundamento para los distintos tipos de exaltación. No sólo instrumentalizando el cuerpo en el control desgarrador del peso u los diversos implantes e injertos, sino que también haciendo de él el instrumento en la forma del hacerlo todo sin detención posible en la supuesta prescindencia del otro. Es la creencia obtusa en que a través de ese proceder se logrará la satisfacción buscada. Será el retorno en el propio cuerpo del malestar sintomático el que hará de límite al exceso.

Con su recurso a la lógica Lacan avanzará de manera certera para esclarecer aún más las posiciones sexuales masculina y femenina. Es decir, sosteniendo el más allá de la diferencia anatómica de los sexos dirá que una y otra responden a lógicas distintas, pues la lógica masculina estará regida por un todo fálico y la lógica femenina por un no todo fálico. Desde esta perspectiva tanto hombres como mujeres, anatómicamente hablando, podrán ubicarse en una u otra según la modalidad de goce elegida.

Esto permite comprender por qué la histeria como estructura neurótica y por ello ubicada en una modalidad de goce todo fálica obstaculiza el encuentro con lo femenino, el encuentro con algo del no todo que a la vez opera como condición de amor. La posibilidad de un encuentro amoroso en el cuerpo a cuerpo con otro, es decir la posibilidad de amar a otro exige una posición en falta, un no que logre horadar el todo compacto de la función fálica para ir en busca de un otro que ostente los atributos capaces de obturar al menos parcial y momentáneamente, como es el amor, aquella falta. Como decía Lacan, sólo como mujer se ama, de lo contrario el sujeto se ve envuelto en una lógica de satisfacción completamente autista u autoerótica.

La clínica de la histeria lo evidencia con claridad. La pantomima o la puesta en acto de la histeria con sus cuerpos adornados hasta lo grotesco o el consumo a veces indiscriminado de objetos que el mercado oferta, avalado en muchas ocasiones por el discurso de la ciencia, intentan esconder la soledad propia de la incapacidad de amar. Incapacidad propia de los sujetos hipermodernos.

— — —

* Psicólogo Clínico. Diplomado en Psiquiatría y Psicología Forense en la Reforma Procesal Penal, Departamento de Medicina Legal y Escuela de Posgrado, Facultad de Medicina Universidad de Chile, Santiago, 2005. Diplomado en Intervenciones psicoterapéuticas en contextos institucionales, Universidad Católica de Chile, Unidad de Psicoterapia Adultos, Centro de Salud Mental San Joaquín. 2008 Psicólogo Clínico Unidad de Salud Mental Hospital El Pino, San Bernardo. Jefe equipo ambulatorio El Bosque. Coordinador y Tutor prácticas profesionales alumnos de psicología Universidad Andrés Bello. Coordinador estamento de Psicología. Psicólogo Clínico Centro Médico Red Gesam. Miembro de ALP Chile

Comentarios

Comentarios

CC BY-NC-SA 4.0 Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*