
* Dra. Sayak Valencia
El horror y la violencia cotidiana en la que se desarrolla México contemporáneo ya no son un secreto para nadie. Al contrario, tal parece que ese bucle de sangre, destrucción y mutilación es ya una imagen que le cruza por la mente a la mayoría de los sujetos que escuchan el nombre de este país, sin importar en qué confín del planeta se encuentren. Esta popularización distópica de nuestro país, obedece a unas lógicas de rentabilidad mediática que han lucrado –y lo siguen haciendo– con la violencia espectacular; haciendo del morbo, el desmembramiento y la sangre un nicho de mercado más, que se inserta en la lógica inexorable del Capitalismo Gore y que no profundiza en las causas estructurales que provocan la violencia que nos rodea.
Proponemos el término Capitalismo Gore como la reinterpretación dada a la economía hegemónica y global en los espacios (geográficamente) fronterizos y/o precarizados económicamente. Tomamos el término gore de un género cinematográfico que hace referencia a la violencia extrema y tajante. Entonces, con Capitalismo Gore nos referimos al derramamiento de sangre explícito e injustificado (como precio a pagar por el Tercer Mundo(2) que se aferra a seguir las lógicas del capitalismo, cada vez más exigentes), al altísimo porcentaje de vísceras y desmembramientos, frecuentemente mezclados con el crimen organizado, la división binaria del género y los usos predatorios de los cuerpos, todo esto por medio de la violencia más explícita como herramienta de necroempoderamiento(3).
En este ensayo, trataremos de analizar algunas de esas causas estructurales que, desde nuestra perspectiva transdisciplinar, se conjugan y han creado un entramado sumamente complejo y cuyos rostros más visibles en México son el crimen organizado, la guerra contra éste y el ejercicio de rentabilización de la violencia espectacular.
Nuestra propuesta reflexiva nos indica que esta violencia tiene que ver con el Estado mexicano como proyecto fallido, como ejercicio de prestidigitación, tiene que ver también con la falta de perspectiva de los gobiernos, quienes desde la época posrevolucionaria pusieron todo su empeño en la construcción de una democracia –meramente discursiva–, pensando en ésta como en una panacea.
Es cierto que la democracia es fundamental para el ejercicio sano de un Estado laico y responsable. Sin embargo, existe y ha existido una falta de perspectiva y de contextualización por parte de nuestros gobernantes, transmitida a la sociedad civil a través de las distintas instituciones estatales; puesto que no han considerado la práctica situada de la política, es decir, no han sido críticos con el discurso del proyecto de la modernidad ni han sabido llevar a cabo una práctica geopolíticamente pertinente para nuestro contexto mexicano dentro de esa narrativa.
Dicha narrativa anglo-eurocéntrica corresponde a un contexto político, social, racial, económico y cultural totalmente distinto al nuestro, un contexto que bajo sus discursos de progreso y ascensión social tiene fuertes bases colonialistas y cuya aceptación acrítica en el contexto mexicano llevará al fracaso del Estado como proyecto emancipador, puesto que refuerza la relación de poder marcada por la diferencia colonial y estatuida por la colonialidad del poder o dicho en palabras de Walter Mignolo: “la trampa es que el discurso de la modernidad creó la ilusión de que el conocimiento es des-incorporado y des-localizado y que es necesario, desde todas las regiones del planeta, “subir” a la epistemología de la modernidad”.(4) De esta manera, el querer subir a la epistemología de la modernidad, hizo que desde sus inicios el Estado mexicano fuera un proyecto que dirigía, organizaba y gobernaba poblaciones “ideales” bajo parámetros que no concordaban con las poblaciones reales a gobernar.
Ya en 1909, el historiador Andrés Molina Enríquez, en su libro Los grandes problemas nacionales, argumentaba que el problema más profundo en México era material; refiriéndose a la propiedad de la tierra y no tanto, en contraposición a lo que argumentaba Francisco I. Madero, un problema meramente político y de democracia.
Así, más de un siglo después, uno de los problemas más insidiosos en México es que los gobernantes y las instituciones de nuestro país gobiernan para un Estado mexicano “imaginario”, cuyas lógicas anglo-europeas hacen imposible dar cabida o representación a la mayoría de los ciudadanos que pueblan este país, un Estado tremendamente sexista, homófobo, anti-indigenista, autoritario, corrupto, centralista, déspota y desobligado.
Un Estado que traiciona radicalmente los ideales revolucionarios, los cuales buscaban destruir el Estado oligárquico y crear uno nuevo que incorporara a las clases campesinas, trabajadoras y medias. Un Estado que a través de la Constitución de 1917, “prometió reformas agrarias a los campesinos, protección, beneficios sociales y derechos de organización a la clase trabajadora; el control nacional de los recursos naturales y la liberación de espíritu, mente y cuerpo del control católico”(5) y cuyo desarrollo biopolítico se ha dado de manera desigual y hasta contradictoria, (a excepción de algunos ejercicios de movilización, reforma social y nacionalismo económico hechos durante el gobierno de Lázaro Cárdenas) pues mientras México se maravillaba ante el milagro mexicano (1940-1970), el autoritarismo, la violencia de Estado y la represión abrían caminos para que la biopolítica del “estado benefactor” se transformara en un estado neoliberal que radicalizaría las desigualdades sociales, desestructuraría el incipiente estado de bienestar y conduciría a la necropolítica en la que nos encontramos actualmente y que nos tiene de regreso del “sueño” del progreso y la globalización.
Sin ánimos de ser reduccionistas o simplificar demasiado, pero sí con ánimo de resumir, podemos decir que ante la traición de los ideales revolucionarios que se ve reflejada en el descuido del campo, lo cual obligó a la migración forzada de la clase campesina – primero del campo a las ciudades y después a la migración transnacional–, el adelgazamiento constante de la clase media, el crecimiento de las desigualdades sociales, el elitismo, el clasismo, el endoracismo, las crisis económicas acumulativas, la falta de conciencia crítica para decolonizarnos mentalmente y el neocolonialismo capitalista (conocido y celebrado como globalización) se crea un campo propicio para que la violencia depredadora que nos atraviesa y acompaña cotidianamente en México sea una realidad innegable e incluso hasta predecible, puesto que los acontecimientos antes citados “[…]nos demostraron que el progreso no llegaba, o peor aún, aparecían numerosos fenómenos regresivos.” (6)
Los elementos antes enumerados son altamente conocidos y citados por especialistas en distintas disciplinas, elementos que conforman una serie de labelizaciones dentro de los discursos críticos y académicos. Y que parecen configurar una realidad difícilmente modificable a nivel estructural. Desde mi perspectiva, existe un elemento que falta en esta serie de análisis y que es necesario para crear una crítica que logre articular un cambio en la perspectiva y la forma en que entendemos “la democracia”, puesto que este concepto actúa como una pantalla, que invisibiliza ante la comunidad internacional las narrativas de la violencia en las que se sustenta la gobernanza en México.
Este elemento faltante se refiere a la creación, también ubicada dentro del momento posrevolucionario, de un arquetipo social que exalta la figura del macho. Una especie de nacionalismo-machista, donde aquél es el representante fiel de los ideales nacionalistas. No afirmamos que esta exaltación de la figura del macho como modelo cultural no haya acompañado a los discursos y las prácticas pre-revolucionarias. Sin embargo, nos centramos en la época posrevolucionaria por considerar que dada la cercanía en el tiempo, puede darnos mejor noticia de cómo se construye la biopolítica estatal que se retraduce en una biopolítica de género y que tiene amplias consecuencias en la violencia exacerbada actual; ya que este elemento aunado a la violencia económica y a la depreciación simbólica de aquellxs que no pueden ser hiperconsumidores, crea un cóctel explosivo y el surgimiento de los sujetos endriagos.
Tomamos el término endriago de la literatura medieval, específicamente del libro Amadís de Gaula.(7) Lo hacemos así siguiendo la tesis de Mary Louise Pratt, quien afirma que el mundo contemporáneo está gobernado por el retorno de los monstruos.(8) El endriago es un monstruo y se le describe como un ser dotado de elementos defensivos y ofensivos suficientes para provocar el temor en cualquier adversario. Su fiereza es tal que la ínsula que habita se presenta como un paraje deshabitado, una especie de infierno terrenal al que sólo podrán acceder caballeros cuya heroicidad rondara los límites de la locura y cuya descripción se asemeja a los territorios fronterizos contemporáneos.(9)
Hacemos una analogía entre el personaje literario, que pertenece a los Otros, a lo no aceptable, al enemigo, y los nuevos sujetos ultra violentos y demoledores del Capitalismo Gore. Los sujetos endriagos surgen en un contexto específico: el postfordismo. Éste evidencia y traza una genealogía somera para explicar la vinculación entre pobreza y violencia, entre nacimiento de sujetos endriagos y Capitalismo Gore.
Así, el contexto cotidiano de estos sujetos es “[…] la yuxtaposición muy real de proliferación de mercancías y exclusión del consumo; [son] contemporáneo[s] de la combinación de un número creciente de necesidades con la creciente falta de recursos casi básicos de una parte importante de la población.”(10)
Analicemos, pues, los lazos que existen entre la violencia ejercida por los criminales mexicanos (sujetos endriagos) y la construcción de la nación mexicana basada en el machismo y el despliegue de la violencia que ello implica.
Carlos Monsiváis nos dice que el término macho está altamente implicado en la construcción estatal de la identidad mexicana. Dicho término se expande en México después de las luchas revolucionarias como signo de identidad nacional ,(11) durante ese período el término machismo se asociaba a las clases campesina y trabajadora, ya que en la incipiente configuración de la Nación mexicana, el macho vino a ser una superlativación del concepto de hombre que más tarde se naturalizaría artificialmente como una herencia social nacional y que ya no se circunscribiría sólo a la clases subalternas, dado que el machismo cuenta entre sus características “la indiferencia ante el peligro, el menosprecio de las virtudes femeninas y la afirmación de la autoridad en cualquier nivel.”(12)
Haciendo notar que las construcciones de género en el contexto mexicano están íntimamente relacionadas con la construcción del Estado y que éste a su vez retroalimenta el bucle de precarización económica en el que vive cotidianamente nuestro país, afianzando el capitalismo de cuates, es decir, el capitalismo de oligopolio, que señala Denise Dresser (en su discurso del 29 de enero de 2009 en el Foro “México ante la crisis”), este capitalismo, junto a la figura del macho nacional, conforman algunas de las criaturas del Estado que amenazan con devorar al Estado y que unidas a factores como el endoracismo, el neocolonialismo, la depreciación del concepto de trabajo (pero sobre todo la falta de trabajo) se convierten elementos que articulan caminos distópicos para empoderarse económicamente.
Uno de estos caminos, en nuestro país, es formar parte de las filas del crimen organizado a través de su escalafón más bajo: el de los sicarios que conforman lo que en este ensayo denominamos el proletariado gore.
Por ello, ante la coyuntura contextual del México actual y su desmoronamiento Estatal, es necesario visibilizar las conexiones entre el Estado y la clase criminal, en tanto que ambos detentan un mantenimiento de una masculinidad violenta emparentada a la construcción de lo nacional. Lo cual tiene implicaciones políticas, económicas y sociales que están cobrando en la actualidad un alto número de vidas humanas dada la lógica masculinista del desafío y de la lucha por el poder y que, de mantenerse, legitimará a la clase criminal como sujetos de pleno derecho en la ejecución de la violencia como una de las principales consignas a cumplir bajo las demandas de la masculinidad hegemónica y el machismo nacional.
Una muestra de ello, es la lucha contra el crimen organizado emprendida por el presidente Felipe Calderón, que nos habla de una estrategia pobre, un síntoma de un gobierno que no tiene imaginación ni liderazgo político. Un gobierno que busca legitimidad a toda costa, después de ser acusado socialmente de espurio, tras el sonado fraude electoral de 2006 (que, desafortunadamente, se repite en 2012). Un presidente que busca legitimidad a la vieja usanza mexicana: a través del despliegue de violencia exacerbada para limpiar el honor del macho herido, haciendo uso de las potestades y los recursos del Estado, en este caso, del ejército para fines megalómanamente privados. Una lógica extraña y sacrificial donde se busca recuperar la honorabilidad con muertos.
Una estrategia de “seguridad” que no se preocupan por las consecuencias reales del fenómeno de la violencia(13), ni del miedo que está causando en la población civil, que se ve atacada en dos frentes; tanto por las reyertas entre bandas mafiosas como por la ocupación del espacio público de las fuerzas armadas, creando un miedo endémico que puede manifestarse –como ya lo está haciendo en casi todo el territorio– en el enclaustramiento de los civiles en sus casas, presas de un sentimiento de vulnerabilidad y de un sentimiento de culpa, no del todo justificada; mientras, los criminales campan con toda tranquilidad por el territorio mexicano y el gobierno invisibiliza y reprime las manifestaciones activas por parte de la población civil que le exigen el cumplimiento de sus competencias en temas de seguridad.
La guerra contra el narcotráfico que está emprendiendo el Estado mexicano, nos dice:
[Quienes sólo buscan] soluciones basadas en el mayor despliegue policial y militar, delata una rotunda renuncia a la responsabilidad política por parte de su autor. Son obra de políticos desprovistos de imaginación que carecen de la visión o del interés necesario para abordar las enormes injusticias estructurales de la economía mundial de las que se alimentan el crimen y la inestabilidad.(14)
Lo que los discursos oficialistas no dicen es que en México los cárteles de droga no podrán ser erradicados eficazmente mientras no se erradiquen las desigualdades estructurales entre la población; mientras “la ausencia de trabajo [persista y nos ponga de frente con] la imposibilidad de encontrar otra salida que no sea la migración;”(15) mientras no se deconstruyan los conceptos de modernidad y de progreso y dejen de utilizarse como directrices del discurso político y éste integre las posibilidades reales de una política geográficamente pertinente; mientras no se escape a la espectacularización de la violencia y la celebración del hiperconsumismo; mientras no se cuestione el discurso político basado en la supremacía masculina que necesita el despliegue de violencia como elemento de autoafirmación viril y, sobre todo, mientras no se cuente con una estabilidad económica sostenible que funcione a mediano y largo plazo.
Ante este panorama las preguntas cambian, ya no es pertinente preguntarnos ¿cómo es posible que esté ocurriendo esto en México?, sino ¿por qué tardó tanto en pasar? La respuesta está inscrita en el poder y en las tecnologías de la visualidad, con esto me refiero a quiénes gestionan los medios de información y entretenimiento y al servicio de quiénes están estos medios, que forman parte de las herramientas para crear visualidad, es decir, presentaciones simbólicas, políticas, económicas y de género que retransmiten a las audiencias y crean una episteme de la violencia, donde ésta aparece fragmentada y donde no se explican sus causas estructurales ni sus consecuencias reales, dado que las imágenes que nos son presentadas por dichos medios se nos muestran de forma desodorizada e incluso glamurosa (imitable en su dimensión estética, es decir, consumible como indumentaria, música, etc.), si se trata de una película, un videojuego, una serie televisiva, etc., y de forma segmentada y sobresaturada si se trata de noticiarios y periódicos; donde la intención directa no es de consumo sino de control social a través de la gestión teledirigida del miedo como herramienta biopolítica para imponer estados de excepción e hipervigilancia con la conformidad y el beneplácito de la población, bajo argumentos que apelan a la seguridad.
Así podemos decir que la violencia espectacular ejercida por los sujetos endriagos puede ser leída como un poscolonialismo irreflexivo y perverso que, por un lado, muestra obediencia absoluta hacia el entramado patriarcal-capitalista-hiperconsumista y, por el otro, da cuerpo a una especie de multitudes contradictorias cuya existencia muestra de manera radical que si bien las relaciones de poder penetran en los cuerpos, existe también un espacio de insurrección, en el caso de los endriagos un empoderamiento distópico, que muestra que dichas relaciones también son penetradas e influenciadas por los cuerpos y las poblaciones. O en otras palabras: ya no es posible pensar el cuerpo social como un cuerpo dócil, más bien es necesario analizarlo desde una perspectiva situada que logre abarcar la complejidad de los tiempos sin ánimo de abarcar todo el fenómeno, ya que esta pretensión dista de ser posible.
Dicha perspectiva debe ir acompañada de una revisión exhaustiva de conceptos como democracia, progreso y futuro que han sido los caballos de Troya utilizados por las instituciones mexicanas para la aceptación e implantación acrítica y descontextualizada de unas narrativas de la modernidad que han desembocado en prácticas de violencia extrema y capitalismo gore en nuestro territorio; donde (la mayoría de) los gobernantes, conservan la versión autoritaria del poder y piensan en gobernar países con ayuda de la sangre. Lo cual retroalimenta, a su vez, una lógica terriblemente continuista con la colonialidad y la necropolítica contemporánea, tan parecida a la ejercida en otros tiempos por la monarquía, situándonos en un espacio tristemente neofeudalista que nos hace pensar, junto a Bolaño, soñábamos con utopía y nos despertamos gritando.
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(1) Bolaño, Roberto (2000), “Un paseo por la literatura.” En tres, El Acantilado, Barcelona.
* Sayak Valencia (Tijuana, 1980). Doctora Europea en Filosofía, Teoría y Crítica Feminista por la Universidad Complutense de Madrid. Poeta, ensayista y exhibicionista performática. Ha cursado estudios con Judith Butler, Gayatri Chakravorty Spivak, Beatriz Preciado, Monserrat Galcerán, entre otrxs. Ha dictado conferencias y seminarios sobre Capitalismo Gore, transfeminismos, feminismo chicano, feminismo poscolonial, arte y teoría queer en diversas universidades de Europa y América. Ha publicado los libros: Adrift´s Book (Aristas Martínez, Badajoz, 2012), Capitalismo Gore (Melusina, Barcelona, 2010), El reverso exacto del texto (Centaurea Nigra Ediciones, Madrid 2007), Jueves Fausto (Ediciones de la Esquina / Anortecer, Tijuana 2004), así como diversos artículos y ensayos en revistas de España, México, Argentina, los Estados Unidos y Colombia.
(2) El término Tercer Mundo resulta muy problemático por ser políticamente incorrecto dentro de las lógicas del discurso neoliberalista. Sin embargo, usamos dicho término en sentido crítico, ya que consideramos que su eliminación es sólo una catacresis para no enunciar una realidad precarizada económica y existencialmente, que sigue siendo pertinente en la actualidad, ya que describe y explicita las medidas de explotación y saqueo económico de las que son objeto los territorios así identificados. También utilizamos dicha nomenclatura para referirnos a una geopolítica concreta, en nuestro caso México, que dadas sus condiciones económicas traza sus propias y distintas estrategias de empoderamiento que muchas veces se alejan de los sistemas “éticos” del Primer Mundo.
(3) Para una reflexión más compleja y profusa sobre el Capitalismo Gore, consúltese: Valencia, Sayak (2010). Capitalismo Gore. Melusina, Barcelona.
(4) Mignolo, Walter. “Las geopolíticas del conocimiento y la colonialidad del poder” entrevistado por Catherine Walsh en Polis Revista Académica (on-line) de la Universidad Bolivariana de Chile, Vol. 1, Núm. 4, 2003, p. 02.
(5) Vaughan, Mary Kay. “Introducción.” p. 40, en Cano Gabriela, Jocelyn Olcott y Mary Kay Vaughan (comps.), (2010). Género, poder y política en el México posrevolucionario. FCE, México.
(6) Morin, Edgar. “En el corazón de la crisis planetaria.” p. 58, en Baudrillard, Jean y Edgar Morin (2004). La violencia del mundo. Paidós Ibérica, Barcelona.
(7) Es una obra maestra de la literatura medieval fantástica en castellano y el más famoso de los llamados libros de caballerías, que tuvieron una enorme aceptación durante el siglo XVI en la Península Ibérica.
(8) Pratt, Mary Louise (2002). Globalización, Desmodernización y el Retorno de los Monstruos. Tercer Encuentro de Performance y Política. Universidad Católica. Lima, Perú, pág. 01.
(9) Con territorios fronterizos nos referimos a las fronteras en general, pero hacemos hincapié en las fronteras del norte de México que lindan con los Estados Unidos que se ajustan perfectamente a lo descrito, por ser ciudades actualmente copadas por los cárteles de droga, los traficantes de personas, la prostitución y las distintas fuerzas represivas del Estado, creando así un campo de batalla, un territorio en estado de sitio y militarizado.
(10) Lipovetsky, Gilles (2007). La felicidad paradójica. Ensayo sobre la sociedad hiperconsumista. Anagrama. Barcelona. Pág. 181.
(11) Cfr. Monsiváis, Carlos (1981). “¿Pero hubo alguna vez once mil machos?” FEM, no 18, abril-mayo 1981, págs. 9-20, México.
(12) Monsiváis, Carlos. Op. Cit. Pág.09.
(13) Esta despreocupación también tiene sesgos de género y se evidencia frente al escaso interés que muestra el gobierno ante el feminicidio en Cd. Juárez.
(14) Glenny. Misha (2008). McMafía. El crimen sin fronteras. Ediciones Destino, Barcelona. p. 475.
(15) Saviano, Roberto (2008). Gomorra. Debolsillo, Mondadori, Barcelona. p. 82
Comentarios
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