
Eduardo Carreño Lara*
El objetivo de este trabajo es reflexionar en torno al lugar de África en el sistema internacional, particularmente, en la era de la globalización. En este sentido, se pretende analizar las transformaciones de las estructuras básicas de la economía africana, prestándole especial atención a los cambios provocados por estas los últimos 25 años y que guardan relación con la crisis del Estado poscolonial y el avance del paradigma neoliberal.
Desde un análisis político e histórico, difícilmente puede concluirse que la globalización sea un fenómeno nuevo en el sistema internacional, por cuanto durante varios siglos han existido esfuerzos por establecer una interrelación a nivel mundial que abarque las esferas políticas, económicas, sociales y culturales. Sin embargo, las distintas fases de esos procesos han tenido alcance, actores, dimensiones y dinámicas divergentes.
Así, la globalización neoliberal impulsada tras el fin de la Guerra Fría se ha convertido en la fase actual de ese proceso, la cual difiere de las anteriores particularmente en lo referido a la integración de prácticamente todos los Estados-Nación y actores no estatales en el sistema capitalista global, variando –de este modo– las consecuencias resultantes en cada país y espacio regional.
En el caso de los países de África Subsahariana, todos quienes trazaron estrategias de desarrollo alternativas al capitalismo se vieron arrastrados por el «peso» de la nueva globalización, debiendo adoptar sin mayores cuestionamientos su dogmatismo sociopolítico y económico; lo que ha impactado fuertemente en la reducción del Estado y sus instituciones, en una deslegitimidad de la actividad política, en un ahondamiento de las desigualdades sociales, en el agudizamiento de los conflictos internos y en la injerencia de entidades financieras internacionales en las decisiones soberanas de cada país (p.ej.: Banco Mundial, FMI). En otras palabras, la globalización neoliberal está lejos de ser una solución a las diferentes problemáticas que enfrenta el continente, es más, es el principal catalizador de un círculo vicioso que ha llevado –incluso– a una “militarización de la sociedad”[1], por cuanto los gobiernos africanos han debido fortalecer sus capacidades de represión para hacer frente a las protestas populares.
En este contexto, asimismo, surgirán las emergencias políticas complejas, es decir, aquellas que irrumpen en la posguerra fría y que implican la aparición de un nuevo régimen de soberanía promovido por Occidente: aquellos Estados que no cumplan ciertos requisitos (régimen político democrático, capacidad de gobierno efectiva, respeto a los Derechos Humanos…) no serán considerados plenamente soberanos y pueden ser intervenidos a partir de un mandato de la ONU. África será así el núcleo central de actividades del Sistema de Naciones Unidas, llevándose a cabo en este continente la mayoría de estas acciones humanitarias.
Por otra parte, la globalización neoliberal ha impulsado una nueva fase del neocolonialismo en donde los gobiernos locales son incapaces –primero– de diseñar e implementar de manera soberana sus propias agendas de desarrollo nacional; segundo, de controlar las distintas operaciones políticas y económicas que están teniendo lugar en sus respectivos territorios; y tercero, de impedir la subordinación de África en el ámbito internacional. En efecto, se desacreditó la intervención del Estado en la economía, no obstante, los hechos han evidenciado que sin él los pequeños agricultores –por ejemplo– han visto disminuir su acceso al capital, se han convertido en deudores y han sido desempoderados hasta el punto de no poder influir ni en los precios ni en los procesos de calidad ni en la diferenciación de los productos[2].
Los partidarios del neoliberalismo sostienen, además, que los Planes de Ajuste Estructural en África eran necesarios e inevitables, por cuanto –de acuerdo a Gloria Emeagwali[3]– supuestamente debían corregirse todas las políticas “irracionales” e “ineficientes” que atentaban, primero, contra los dictados de Wall Street y las distintas corporaciones que influyen en la política exterior de EE. UU.; segundo, la transferencia constante de los flujos de capital hacia Occidente; tercero, la “socialización” de la deuda; cuarto, la libre movilidad de inversiones; y quinto, la obtención de altas ganancias por parte de las empresas transnacionales.
Sin embargo, se obvió que medidas como estas desatan o exacerban conflictos internos, quitan absoluta independencia a los bancos centrales locales, obligan a destinar un porcentaje mayoritario de los ingresos fiscales al pago de la deuda externa y no a la inversión pública, implican un proceso de desindustrialización y debilitan la capacidad productiva de los países africanos. Es más, de acuerdo a los diversos informes anuales sobre desarrollo humano publicados por el PNUD, gracias a estas políticas la gran mayoría de los países africanos se encuentran cada vez más engullidos por la pobreza extrema, el desempleo masivo, las tasas crecientes de analfabetismo, la falta de acceso a salud, agua potable y saneamiento, la malnutrición, la morbilidad y la mortalidad materno-infantil[4].
Del mismo modo, se argumenta por parte de la Organización Mundial del Comercio que el fin de las barreras arancelarias propicia una mayor producción y, por ende, mayores beneficios a los cultivadores y comerciantes africanos; sin embargo, la realidad es muy distinta: las compañías internacionales bloquean los mecanismos de oferta y demanda a fin de obtener abastecimiento de materias primas a bajo costo, controlar las cadenas de producción de mercancías y conseguir la mayor parte de los beneficios[5]. Así, de no cambiar drásticamente esta tendencia en los años venideros, las materias primas provenientes de los países africanos continuarán desvalorizándose sin pausa; requiriendo –por lo tanto– definiciones políticas que devuelven cierto poder a los productores en cuanto a su capital financiero, humano y tecnológico.
En suma, la «nueva globalización» está agudizando la tensión dialéctica entre el desarrollo de los Estados capitalistas industrializados y el subdesarrollo de los países africanos[6], por cuanto hoy en día estos carecen de una institucionalidad y capacidad política que permita contrarrestar las asimetrías de poder e influencia que fomentan las potencias internacionales y las grandes corporaciones transnacionales. En efecto, la globalización neoliberal no tiene un resultado universal, por el contrario, depende del contexto e interactúa con otras variables como marcos institucionales o disposiciones políticas. Es un error, entonces, analizar la realidad económica y social de África solo a partir de los positivos indicadores macroeconómicos (PIB, inflación…) de algunos países, los cuales en muchos casos ocultan el impacto real de las dinámicas de este proceso global: la destrucción de un entramado productivo interno, la incapacidad de competir con productos importados, mayor desempleo en el sector menos cualificado de la población activa y un aumento de las relaciones exteriores de carácter dependiente[7].
En este escenario, África más que nunca debe alcanzar una fuerte capacidad de negociación en cuestiones relativas a transferencias tecnológicas, innovación y desarrollo (I&D), comercio, y extracción de recursos naturales; de lo contrario, se profundizarán cada vez más las condiciones de servilismo y explotación en sus vínculos con Occidente. De igual modo, debe asumirse que la integración en la economía global no es la única medida para superar la pobreza, es más, se requiere de otras estrategias que lleguen a aquellos que no tienen acceso a la producción global.
Finalmente, para exigir un new deal en el marco de la globalización neoliberal los países africanos deben superar –primero– la herencia colonial de la balcanización; en segundo lugar, la insistencia de sus elites políticas locales en apegarse a una estatalidad jurídica inviable; y en tercer lugar, deben deshacerse de los miopes nacionalismos que marcan el ejercicio gubernamental de algunos líderes. En efecto, ha de recuperarse el panafricanismo horizontal de las masas[8], aquel que posee un sustento popular y puede propiciar –por ejemplo– la construcción de infraestructuras físicas transversales tendientes a superar la incomunicación de los pueblos africanos, una producción orientada prioritariamente hacia la autonomía y el consumo interno, o la adopción de una ideología inspirada en la cultura política y económica de África que fomente la comunidad de destino y de intereses.
Igualmente, no debe olvidarse que si bien la integración africana adquiere plena vigencia en el actual escenario internacional, es indispensable que estos proyectos nazcan del trabajo y empuje de los propios africanos y no desde la imposición de un ideario que, a fin de cuentas, solo consolida políticas que profundizan los problemas del continente (p. ej. NEPAD); y propician el renacer de aquellos principios y valores culturales propios que han sido pisoteados a partir del modelo de civilización Occidental.
[1] Kabunda, Mbuyi (2009). “Sistemas y estructuras políticas del continente africano”. En: Sodupe, Kepa; Kabunda, Mbuyi y Moure, Leire (eds.) África subsahariana: Perspectivas sobre el subcontinente en un mundo global”, Zarautz: Universidad del País Vasco, pp. 77-119.
[2] Daviron, Benoit and Gibbon, Peter (2002). “Global commodity chains and African export agriculture” Journal of Agrarian Change, Volume 2, Number 2, pp. 137-161.
[3] Emeagwali, Gloria (2011). “The Neo-liberal Agenda and the IMF/World Bank Structural Adjustment Programs with reference to Africa” In: Kapoor, Dip (ed.) Critical Perspectives on Neoliberal Globalization, Development and Education in Africa and Asia, Rotterdam: Sense Publishers, pp. 3-13.
[4] Véase: UNITED NATIONS DEVELOPMENT PROGRAMME (2011) Human Development Report 2011. Sustainability and Equity: A Better Future for All, New York: Palgrave Macmillan.
[5] Véase: UNITED NATIONS ECONOMIC COMMISSION FOR AFRICA (2009). Economic Report on Africa 2009 Developing African Agriculture through Regional Value Chain, Addis Ababa: UNECA.
[6] Kieh, George Klay (2008). Africa and the new globalization, Burlington, VT: Ashgate.
[7] Véase: Oya, Carlos y Santamaria, Antonio (eds.) (2007). Economía política del desarrollo en África, Madrid: Akal.
[8] Kabunda, Mbuyi (1993). “Las estrategias de desarrollo en África: Balance y alternativas”, Norba (Revista de Historia), Nº 13, pp. 227-244.
* Doctorando en Relaciones Internacionales, Universidad Autónoma de Madrid. Máster en Relaciones Internacionales y Estudios Africanos, Universidad Autónoma de Madrid. Magíster en Estudios Internacionales, Universidad de Chile. Licenciado en Gobierno y Gestión Pública, Universidad de Chile. Académico Instructor del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile. Correo electrónico: ecarreno@uchile.cl
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